Del arte de la variación
La producción cubana del título más señero y emblemático del gran repertorio académico ruso tiene actualmente una gran contradicción.Por una parte, la puesta en escena ha envejecido y, por otra, la coreografía mantiene sus virtudes, sus hallazgos de antaño, que son compendio de experiencia y, sobre todo, del sello estilístico que en sus tiempos imprimió la particular interpretación de Alicia Alonso, o la siempre acertada síntesis del tercer y cuarto acto.
Lorna Feijóo es una de las mejores bailarinas cubanas de la actualidad, y en algunas cosas, detalles meritorios de una étoile, es la que más se distingue: su quinta posición, tan alicista en esencia, su limpieza en la ejecución, su manera de descender de las puntas, cierta cuadratura de escuela americana... todo ello la prestigia pero, al final, la sobreactuación con que decora su baile le hace perder grandeza en los complejos perfiles de Odette y Odille, cisne blanco y cisne negro, el bien y el mal.
Ballet Nacional de Cuba
El lago de los cisnes. Coreografía: Petipa / Ivanov / Alicia Alonso. Música: P. I. Chaikovski. Decorados y vestuario: Julio Castaño. Teatro Albéniz, Madrid. 22 de septiembre.
Lorna entra en terreno estético ajeno, de un pasado del que es parte pero no puede ser calco; su Cisne Negro colinda con una tensión atlética y potente que hace gusto y regusto de la balletomanía más exigente, mientras su Cisne Blanco adolece de un melodramatismo excesivo, inútil al dibujo del ave encantada.
Largo aliento
La coreografía de Ivanov se compone de ciertos pasos, aquí conservados, y de un aliento muy especial que la bailarina debe alargar en el tempo musical exacto, y es allí donde transmite su dolor, su vuelo herido, su voluntad de redención. Feijóo quizá sabe todo esto, pero en escena lo ignora por mor de una preocupación excesiva por ella misma. El arte de la variación es el arte de la entrega total, es el aria en la ópera y el solo en el concierto. Es momento cumbre de esa relación entre la ética del artista y la estética que le compromete.
Anteayer fue la noche más feliz de Óscar Torrado en el papel del príncipe y, aun con sus pasos en falso, estuvo a la altura de las circunstancias tanto en sus partes solistas como de acompañante.
El joven Sarabia dio la mejor entrega de la noche en su variación del primer acto (Pas de trois), donde demostró una conciliación exacta y musical de coreografía y virtuosismo viril. Aún en esta producción por jubilar hay cosas hermosas que pueden ser retomadas: la ambientación gótico-flammarionesca del tercer acto y, sobre todo, la herencia Manduley, el legado en el patronaje de los tutús, un sello distintivo del ballet cubano que puede parecer nímeo y en absoluto lo es.
Babelia
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