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Tribuna
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Fascículo 2: La rotación

Enric González

Hola, amiguitos.En el primer fascículo lo explicamos bastante claro: ganar la Liga de Campeones es muy fácil. Vas jugando partidos, los ganas -ese detalle, que a veces pasamos por alto, resulta importante a la larga- y al terminar uno de ellos, allá por primavera, te ponen una copa en las manos. Visto y no visto. Eres campeón de Europa casi sin darte cuenta.

Todo eso es sencillo y ya está contado. A nosotros, como sabéis, nos interesa el intríngulis, la mística de la actividad balompédica. Y si el otro día abordábamos un concepto vangaaliano tan esencial y escurridizo como el del guitmo -conjugación: "Yo tengo guitmo, tú no tienes guitmo, Luis Enrique no tiene guitmo"-, hoy nos enfrentamos a uno que tiene también su cosa. Nos referimos a la rotación.

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Vayamos por partes, amiguitos, que esto es importante. La rotación viene a ser un hábito, un poco extravagante, irritante si se convierte en tic nervioso, pero inocuo, e incluso entretenido, cuando se practica en la intimidad. Es, como si dijéramos, parecido a cuando Josemari Aznar habla catalán en casa. Se sabe que lo hace en privado y no pasa nada, nadie se queja, allá él con su vida. Pero a Aznar no se le ocurre decir "au, no fotem!" en los consejos de ministros.

¿No queda claro? Pues lo explicamos de otra forma. Veamos. La rotación está muy bien en los entrenamientos. Los futbolistas montan una pachanguita y venga, a rotar como locos y a disfrutar a tutiplén. Lítmanen, Simao, la familia De Boer al completo, Zenden, todos titulares rotativos. Y no pasa nada.

En público, tiene menos gracia. Porque la gente es como es, y se molesta a la mínima.

Claro que la gente no es tonta, y se ha quedado con ese detalle al que antes nos referíamos: conviene ganar los partidos. Y no va errado el personal, porque se empieza por las insignificancias, por la pequeña dejadez de no interesarse por el balón, por el breve escaqueo en horas de trabajo para charlar con los amigos, por la fruslería de reírle un caño a Julio Salinas, y acaba uno -ha ocurrido, amiguitos, ha ocurrido: os ahorro los ejemplos escabrosos- por quedarse en casa el día de la gran final, ese en que reparten las copas, viendo el partido por la tele.

Es cosa de saber estar. Y si a Luis Enrique, en privado, vas y le dices "venga, colega, que te rotaciono", pues seguro que se lo toma a bien. Él, y todo el mundo.

Pero en público no se hace. Y en Liga de Campeones, menos, porque hay extranjeros, y son muy mirados, y luego acaba comentándose por ahí. Tratándose de partido europeo, es muy inapropiado andar rotando al susodicho Luis Enrique, o a Figo, o a Rivaldo, por eso en lo que insistimos tanto: puestos en la disyuntiva de ganar un partido o perderlo, mejor ganarlo. Como ayer.

Recordad, amiguitos: se puede rotar, pero sólo en familia.

Hasta la próxima jornada.

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