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Tribuna
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Chupito y sudadera

Al igual que hay gente fea, prendas feas y urbanizaciones feas, también hay palabras feas. No me refiero a los tacos o palabras malsonantes, como se suele decir, sino a las feas, palabras feas que resulta tan antiestético emplearlas como ponerse un chándal para salir a la calle. Las personas feas no tienen más remedio que permanecer así y compensarlo de alguna manera: ganando un concurso de feos o siendo más simpáticos que nadie. En cambio, las prendas, las urbanizaciones y las palabras feas son de libre elección.Lo peor de las palabras feas es que tienen una aceptación masiva e inmediata, hasta tal punto que quien intenta evitarlas se acaba haciendo un lío él mismo, lo cual es lo contrario de su intención. Por ejemplo: una escena frecuente en cualquier restuaruante veraniego protagonizada por un desdichado que intenta evitar una de las palabras feas más en boga:

-¿Para terminar, alguna cosita más: café, licores...?

-Pues mire, sí; un café solo y un orujo, pero... no me traiga una copa sino menos... lo que es para mojarse los labios... es que no quiero una copa copa ¿sabe usted?... Es que luego me da sueño y tengo que llevar a los niños a la playa... -y, en su afán de eludir la vulgridad empieza a entregarse atado de pies y manos al camarero que le obsreva entre divertido y compasivo.

-Ah, o sea, un chupito -resume al fin, poniendo al cliente en su sitio.

Ahí está la maldita palabra que trataba de eludir. Chupito. ¿Será posible encontrar una manera más ordinaria de decir un sorbo o un dedo o una pizca de orujo? Pero obsesionado por escapar de la palabra chupito, uno empieza a titubear, a dar explicaciones y, en fin, a hacer el ridículo. Por eludir la vulgaridad se echa en brazos de la torpeza. ¡Qué lejanos los tiempos de El Gran momento de Mary Tribune, de Juan García Hortelano, donde el cliente solicitaba de una tirada servicios como éste!:

-Vaso alto, hielo, limón, botella de ginebra que no sea andaluza, agua de la fuente, una naranjada de botella y una ración de patatas fritas.

No creo que haya un gusto especial por las palabras feas, pero desde el viejo enunciado de "belleza es verdad" a los tiempos actuales, en que "belleza es utilidad", hay un abismo. "Belleza es verdad" estuvo en el epicentro de una batalla intelectual del Siglo de las Luces que cambió el sentido del arte hasta nuestros días. En cuanto a "belleza es utilidad", puede que también dé origen a algo semejante, pero de momento el enunciado "belleza es utilidad" no contiene pensamiento ni debate alguno; es, sencillamente, una constatación: la constatacion de la prisa. El presente como medida principal de valor, la fugacidad consecuente, el consumismo resultante... dan a toda prisa en el utilitarismo. Lo que importa, pues, no es decir bien las cosas o decirlas bellamente sino decirlas cuanto antes; la utilidad como canon de belleza. El temible paso siguiente será la sustitución de la sabiduría por el sentido común. Vamos con otro ejemplo:

-Pues, mira, es que estoy buscando un jersey de algodón.

-¿Un jersey de algodón?... ¿Cómo un jersey de algodón?

-Sí, un jersey ligero, de algodón, para ponerse sobre la camisa, o bien directamente sobre la piel, ¿sabes lo que te digo? Un jersey de algodón.

-Ah, pues una sudadera, Marta, hija, que es que estás que no te aclaras. Ahí la tenemos. Sudadera. Como hay que decir las cosas deprisa y sin vergüenza, pues vamos allá: ¿una prenda que nos ponemos encima con el buen tiempo e incluso para correr en todo tiempo y que nos hace sudar?: sudadera. Nada de matices, se nombra la función y usted me entiende ¿no?

Y ya que estamos así: ¿qué tal empezar a comprar tapaculos en vez de calzoncillos o queseras en lugar de calcetines? El utilitarismo y la prisa no se andan con exquisiteces: al pan, pan y al vino, vino.

Luego habrá que librarse de la gramática porque, total, para qué andarnos con ordenancismos cuando las cosas se pueden decir a la buena de Dios; ¿o es que para poder hablar va a haber que estudiar además? Todavía para escribir... ¡pero para hablar! ¡Pues sólo nos falta ya que tengamos que pensar las cosas antes de decirlas!

La ignorancia se protege tras esa frase tan conocida de que sobre gustos no hay nada escrito. Hay otra frase que la contesta: "Sobre gustos hay mucho escrito, lo que pasa es que usted no lo ha leído". El gusto se adquiere, y cambia, y se pierde. Sin embargo, mucha gente lo trata como al habla: lo consideran un don natural. Y así hablan, claro. Cuando la fealdad es expresión de ignorancia y de descuido, el lenguaje se convierte en un instrumento mostrenco.

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