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El carril de al lado

IMANOL ZUBERO Charles Taylor, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad McGill de Montreal, es uno de los autores que más se ha esforzado por comprender en profundidad los conflictos asociados a la reivindicación moderna de las identidades y, en particular, su plasmación en el caso canadiense. La editorial Gakoa ha publicado no hace mucho en castellano con el hermoso título de Acercar las soledades una selección de sus ensayos sobre federalismo y nacionalismo en Canadá escritos a lo largo de casi treinta años. El último de los trabajos recogidos, escrito en 1992, se abre con un genial chiste al que recurre Taylor para manifestar sus dificultades a la hora de explicar las dificultades que encuentra para hacer inteligible el conflicto de Quebec. Un israelí pregunta a otro: "¿Cómo es que los judíos, pueblo errante por excelencia, hemos acabado por encontrarnos en esta terrible situación geográfica, rodeados de enemigos?" El interpelado le contesta que la razón hay que achacarla a la tartamudez de Moisés. Cuando Dios sacó de Egipto al pueblo de Israel, preguntó a Moisés a dónde quería dirigirse para establecerse definitivamente. Pensando en cuál podía ser el mejor lugar del mundo para vivir en paz y en libertad, Moisés llegó a la conclusión de que tal lugar no podía ser otro que Canadá; y así se dispuso a hacérselo saber a Dios. Pero el desdichado era, como ya se ha indicado, tartamudo, lo que unido al nerviosismo del momento le impidió balbucear otra cosa que: "A Cana... Cana...". Y el Dios del Antiguo Testamento que era, como había demostrado dando matarile a todos los primogénitos de Egipto, poco paciente, sacó su propia conclusión: "¿A Canaán? Muy bien, pues os guiaré al país de Canaán". El resto de la historia es bien conocida. Y concluye Taylor tras contar esta historieta: "Siempre pienso en este chiste cada vez que intento explicar a los extranjeros por qué nuestro país está a punto de dividirse. No llegan a entenderlo. Tienen ustedes todo, dicen, la prosperidad, la paz, la seguridad; son ustedes la envidia del mundo entero. ¿Por qué echarlo todo a perder? El problema es que, cuanto más intento explicarles la situación, más la veo desde su punto de vista y más extraño me parece mi país". ¿Puedo confesarles públicamente que hace mucho tiempo que a mí me ocurre lo mismo? Es verdad que al desconcierto le sucede siempre un nuevo esfuerzo por comprender nuestra propia situación, pero cada vez con menos perspectivas de encontrar algún día la respuesta a la gran pregunta que me desazona: ¿a qué es debida nuestra permanente insatisfacción? Afortunadamente, creo que acabo de ver la luz. Ha ocurrido sin proponérmelo, mientras leía en las páginas de salud de este diario la referencia a un estudio que explica por qué siempre tenemos la impresión de que el carril de al lado avanza más rápido que el nuestro. La investigación, realizada por Don Redelmeier ha sido publicada por la prestigiosa revista Nature. La experiencia es bien conocida y puede aplicarse también en el caso de las colas (ante un mostrador o una taquilla): siempre pensamos que en el carril de al lado los vehículos se mueven más de prisa, por lo que el inmediato impulso es cambiar bruscamente de carril. Tal impresión se explica por nuestro peculiar sentido de la percepción, que tiende a fijarse en los coches que quedan por delante, olvidándonos de los que ya hemos sobrepasado. Pero tal cosa no es más que una ilusión y, al poco tiempo, es el nuevo carril el que parece detenerse. De ahí su recomendación: si usted está en un atasco y cree que el carril de al lado avanza más deprisa, no se cambie; si continúa en el que está llegará a su destino utilizando el mismo tiempo y arriesgándose menos. Eso es lo que nos pasa a los vascos: siempre nos parece que avanza más el carril de al lado. Por cierto, el tal Redelmeier es profesor en la Universidad de Toronto. De mirar hacia otro carril, miremos al menos a Canadá.

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