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Superar el pasado

Hoy, jueves, 16 de septiembre, se cumple un año de tregua de ETA. Las sociedades modernas y sus grupos sociales tienen una propensión a celebrar efemérides y aniversarios, épocas que se utilizan para reflexionar sobre los acontecimientos y, especialmente, sobre las perspectivas de futuro que se inician. Ésta es, por tanto, una buena ocasión para reflexionar sobre cómo está la sociedad vasca un año después de que el terrorismo y, en buena parte, la violencia hayan desaparecido. La mente humana tiene el hábito de olvidar rápidamente aquellas cosas que originan sufrimiento, temor o desazón, y tiende a incrustar en la memoria los momentos que nos aportan felicidad y sosiego. Es una característica del comportamiento que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Un año sin atentados nos ha servido para olvidar cómo estábamos hace sólo 12 o 16 meses. Vivimos sin sobresaltos y, especial y fundamentalmente, vivimos sin el temor de que nadie pierda inútilmente la vida humana, uno de los bienes más preciados que tenemos y un derecho que nadie puede arrebatar a nadie, ni por la más justa de las causas.

Comenzamos hace un año una nueva época en Euskadi. Un nuevo espacio para la esperanza y para la ilusión. Un tiempo que todos habíamos estado esperando durante mucho tiempo. Por eso todos debemos ser conscientas de que esta situación no tiene vuelta atrás. Cualquier cosa que hagamos debe tener un fin indiscutible: conseguir la paz definitiva, lograr que la sociedad vasca se reconcilie consigo misma y humanizar los efectos perversos de años de sinrazón. Todos deberemos trabajar por la paz y todos deberemos recordar a quienes sufrieron y perdieron la vida por el camino para, desde estas bases, llevar a cabo un ejercicio de humanismo y conseguir una convivencia equilibrada y sostenida.

El acuerdo suscrito por los partidos en Lizarra fue el prólogo de la tregua de ETA. Lizarra es un acuerdo que tiene tres bases fundamentales: rechaza la utilidad de la violencia, reconoce que existe un problema político en Euskadi y dice que cualquier solución debe ser respetuosa con los principios democráticos, abogando por el diálogo y la distensión. No es un acuerdo que instaura un frente ni trata de excluir a nadie. Estoy convencido de que los vascos no consentirán que nadie trate de enfrentar a unos con otros o traten de atrincherarse en frentes únicos y exclusivistas. Quien tenga esta tentación está cometiendo un serio error histórico y político.

Tras las elecciones autonómicas, los partidos PNV y EA suscribieron un acuerdo de Gobierno con un programa que apuesta por la modernización del país y por su inclusión en Europa, además de por construir un país cohesionado socialmente. Baste decir que de cada 100 pesetas que se gasta Euskadi, más de 65 se invierten en formación y calidad de vida.

A continuación se alcanzó un acuerdo con Euskal Herritarrok, que aportó a la política vasca un activo del que carecía desde hace más de treinta años. Esta formación política hizo una apuesta firme por defender su proyecto político por medios exclusivamente políticos y democráticos. Es decir, la violencia, del grado que sea y con la intensidad que sea, no tiene sitio ni cabida en Euskadi. Es un recurso del pasado y nada tiene que ver con el futuro. Este pacto ha servido, reconozcámoslo, para que una fuerza política que había vivido al margen del sistema político se incorpore a él con normalidad.

Tras las elecciones municipales y forales, Euskadi ha sido el país que mejor ejemplo ofreció de convivencia política. No se llevaron a cabo pactos insólitos para desbancar a las listas más votadas y las instituciones las presiden representantes de los partidos que más confianza cosecharon por parte de los ciudadanos.

Incomprensiblemente, todos estos acontecimientos, lejos de aportar serenidad y sentar las bases del camino hacia la paz, han originado buenas dosis de tensión en la vida política vasca. Quizá estos últimos meses son un ejemplo paradigmático de la disociación y asintonía que puede alcanzar una sociedad con su clase política. Como lehendakari puedo asegurar que tras múltiples encuentros y entrevistas, los representantes sociales vascos viven con mucha más esperanza e ilusión y, sobre todo, con mucha menos tensión y crispación, el futuro de Euskadi. En todo caso, yo soy optimista, no tengo miedo al futuro, sino a repetir el pasado. Y tengo la firme impresión de que la sociedad vasca piensa y siente lo mismo.

Este año transcurrido cierra una etapa y abre una nueva. Hemos concluido una etapa en la que cada interlocutor, cada agente político, ha venido acumulando fuerzas y argumentos muchas veces utilizados en contra de otros. Son todos conocidos y seguir en esta dinámica no conduce más que a repetir esquemas y reflexiones. Debemos abrir una nueva fase de diálogo que debe caracterizarse por el afán constructivo y no por el inmovilismo y la desesperanza, cuando no la pura resignación.

En esta nueva fase todos debemos tener clara una cosa: la sociedad vasca no va a permitir la tutela de nadie en este proceso hacia la paz. Ni de ETA ni de quien pretenda condicionar cualquier solución.

De ahora en adelante, el Gobierno de Madrid, actualmente presidido por José María Aznar, debe invertir en fomentar el diálogo con ETA para solucionar los problemas característicos del final de organizaciones como ésta. Y debe oír a la sociedad y a sus representantes políticos que, desde hace meses, le vienen reclamando que acuerde con ellos las bases de una nueva política penitenciaria. La política penitenciaria respecto a los presos de ETA no puede estar sujeta a criterios de coyuntura política o conveniencia particular.

También va a ser necesario superar la política de contingentes. La de quienes afirman que todo lo que sucede es producto de los dictados de ETA y la de quienes no quieren ver más que sus propias utopías, confundiendo la realidad con sus deseos. Nadie puede imponer nada a nadie. Todas las ideas merecen el respeto de todos, siempre que se defiendan por medios pacíficos, renunciando a cualquier medio de extorsión, chantaje o amenaza. Las ideas defendidas democráticamente no son perversas. Los únicos límites están en el respeto a los derechos universalmente reconocidos de los individuos. ¿Por qué tenemos miedo a debatir, a reflexionar, a cruzar argumentos? ¿Por qué utilizamos la descalificación sistemática del contrario?

La solución no vendrá por otro camino que no sea el del diálogo entre las fuerzas políticas vascas. Seguir en la confrontación es estéril e inútil, porque el diálogo acabará por abrirse paso, más tarde o más temprano, pero se impondrá, porque cualquier otra alternativa siempre será peor. Y el diálogo debe fundamentarse en tres premisas básicas: debe llevarse a cabo en ausencia de violencia, debe comprometer a todos en el respeto y la tolerancia hacia las ideas de los demás, y debe corresponsabilizar también a todos en que, en último término, será la sociedad vasca la que democráticamente decida qué es lo que quiere ser en el futuro.

Como se ve, la solución debe ser estrictamente democrática, y estrictamente respetuosa con todas las ideas y pensamientos. Como ya he dicho, yo no tengo miedo al futuro, sino a repetir el pasado. Y estoy esperanzado en que sabremos superar la situación histórica en la que nos encontramos y, entre todos, lograr que nuestros hijos disfruten de una sociedad más abierta y tolerante, más solidaria y más próspera.

Juan José Ibarretxe, lehendakari del Gobierno vasco.

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