La producción de la esperanza
El ballet cubano, anoche, con el estreno madrileño de la nueva producción de Coppelia, recuperó, por algo más de dos horas, su soñador brillo de antaño, aquello que se llamaba entre sus tantos admiradores internacionales "el milagro cubano". La obra mantiene la coreografía tradicional que en sus tiempos Fernando y Alicia Alonso adaptaron inteligentemente al registro de los artistas criollos, Alonso la primera, y es así que esta revisión, junto a la de Martínez, son las dos más certeras del orbe balletístico internacional desde hace décadas. La nueva producción diseñada por el pintor habanero Ricardo Reymena es una delicia de inteligencia y cultura plástica, donde lo tirolés (ámbito natural de la acción) se mezcla a lo profundamente eslavo dentro de la voz colorista del artista-diseñador. El resultado es como esas pinturas populares sobre cristal que tanto abundan en Moravia. Reymena respeta sutilmente la alusión temporal al estilo Napoleón III tardío, un estilo imperio cuasi de opereta, refrescante, de humor encantado. En el segundo acto hay alusiones, citas a la masonería, la alquimia, a Merlín y Fanny Elsleer en los autómatas, en el tutú de la muñeca, un homenaje al de Bozacchi que luego usó idéntico Rosita Mauri... En fin, un regusto que en el tercer cuadro llega a su apogeo con las solistas vestidas como las cuatro estaciones y la recuperación de la bendición de la nueva campana. Una producción que esmera su factura desde el calzado hasta los tocados, pasando por los bordados, y así es una buena noticia que el ballet cubano aún es capaz de una resurrección artística de este calibre.
Ballet Nacional de Cuba
Coppelia. Coreografía: Saint-Leon / Petipa / Leon Fokin / Alicia Alonso; música: Leo Delibes; decorados y vestuario: Ricardo Reymena. Teatro Albéniz, Madrid. 15 de septiembre.
Equilibrios
Coppelia fue asumido por Aliadée Carreño y Rolsando Sarabia, la gran esperanza del ballet masculino cubano; ella hizo una variación del tercer acto inspirada por oportunos equilibrios entonados en música y él es ya, sencillamente, brillante. En cuanto Sarabia aprenda a ocultar su orgulloso divismo infantil (tiene 17 años), algo perfectamente perdonable donde hay tantísimo talento, será llanamente maravilloso: el futuro es suyo, como sus giros y su limpia ejecución. Carreño no hizo una danza española (bolero del segundo acto) de altura y en la giga escocesa se resarció ante el público. Citemos el Doctor Coppelius de Vladimir Álvarez, hecho con ternura y buena escuela. Uno oye los primeros compases de violín (por cierto, la grabación orquestal cubana, mucho mejor que otras anteriores) del pas de la espiga del primer acto y se piensa enseguida en Alicia Alonso, en aquella sonrisa que llegaba hasta las puntas de las zapatillas, que contagiaba y hacía contener la respiración, pues Swanilda, la simple muchacha, devenía en bailarina perfecta. Hoy eso no existe, es una buena memoria, una impronta, quizá un perfume moral que impregna bambalinas, trajes y atrezzo y que atravesó décadas para existir anoche en el Albéniz y en toda la plantilla cubana. Una buena velada de ballet que da un cierto horizonte, que abre luz a la danza misma y a una escuela que merece renacer, y perdurar.
Babelia
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