Que fume el piloto
Aunque las reclamaciones corporativas de algunos pilotos de avión no resulten especialmente simpáticas al común de los ciudadanos de a pie en tierra, parece razonable, y sobre todo prudente, dejarles fumar mientras vuelan si así lo necesitan y les place. Tampoco estaría de más que fumase el mecánico de vuelo, caso de ser adicto al tabaco. Si existe alguna emergencia y hasta en el supuesto, por fortuna improbable, de secuestro, la previsión de unos cigarrillos o puros -eso sí, custodiados previamente en cajas de seguridad- podría ayudar a aquello de la negociación y el diálogo in extremis.
El resto -la otra tripulación y el pasaje- que se las arregle como pueda: "caramelos, consejos, palmaditas en la espalda, aspiraciones profundas, naranjadas aguadas, terapias de urgencia o falsos viajes al servicio para fumar, pese a las seguras y graves sanciones".
Pero el piloto, si lo necesita, pues que fume. Hasta a los talibán de la cruzada antitabaco y de la nueva dictadura sanitaria les sabrá a gloria esa tara añadida, probada por el humo ajeno, a cambio de no llegar a la Gloria -la otra, con mayúsculas- prematuramente.
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