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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diada y cambio

Cataluña celebró ayer su Diada Nacional del 11 de septiembre en un clima político especial. Aunque la conmemoración ya no es noticia en sí misma, lejos del clima reivindicativo que tuvo en la transición, ayer unos vientos nuevos hacían flamear las senyeras. Cataluña está otra vez en la expectativa de un cambio político. Lo revelan las encuestas, en las que se hallan muy igualados Pujol y Maragall, tras dos décadas de hegemonía del nacionalismo conservador. Pero lo revelan también las propuestas de cada uno de ellos. Jordi Pujol se presenta por sexta vez a unas elecciones autonómicas con el propósito de dar un nuevo impulso a su nacionalismo, en el que destaca la negociación de un pacto fiscal para Cataluña y la ampliación del autogobierno mediante una relectura de la Constitución y del estatuto en clave soberanista. El cambio que propone Pujol es el camino que hay entre el autonomismo constitucionalista de sus 19 años de gobierno y la Declaración de Barcelona, promovida junto al PNV y al BNG por la última generación de cuadros nacionalistas. Pero este cambio que propone Pujol da también el relevo a la tercera generación nacionalista, sin líderes propios realmente valorados por la opinión, y significa el abandono del territorio central del catalanismo, que había ocupado hasta ahora con su moderación y su ambigüedad. Todo ello, y ésta es la mayor paradoja, sin abandonar su política de alianzas y de auxilios mutuos con el PP.

Pasqual Maragall, con la aureola de su gestión al frente de la alcaldía de Barcelona, quiere ser el abanderado de un catalanismo dialogante, en ruptura con las aristas del nacionalismo vindicativo. Con un discurso escasamente ideológico y el aval de su experiencia municipal, se presenta como líder de un frente de amplia base. Su proyecto apela al centro izquierda catalanista y pretende despertar la participación de ese sector del electorado socialista que se abstiene en las elecciones autonómicas.

El cambio de Maragall es, además, la realización de una alternancia inédita en la Cataluña contemporánea. Lo que cuentan son los contenidos, y no hay que hacer de la alternancia un mito. Pero si la democracia tiene entre sus objetivos evitar la tendencia al anquilosamiento y al abuso en el ejercicio del poder, también la alternancia como ejercicio de renovación de equipos y personas es deseable. Tras veinte años de permanencia en el poder es inevitable la merma de energías y una cristalización de intereses de tipo clientelar.

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El 17 de octubre, los catalanes decidirán entre la continuidad y el cambio moderado. Pero incluso si gana Pujol, las condiciones para gobernar ya no serán las que eran. En realidad, lo que se habrá hecho es aplazar una legislatura, o quizá menos, la renovación que asoma como inevitable en el horizonte político catalán. Sería deseable que el carácter competitivo de esta convocatoria aumentara la participación, tradicionalmente mucho menor en las autonómicas que en las elecciones legislativas. No es bueno para el autogobierno de esa comunidad que tantos ciudadanos se sientan ajenos a las elecciones celebradas en su ámbito propio.

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