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Socialconformismo

Joaquín Estefanía

La aseveración de que en la Europa de los quince son mayoría los socialdemócratas -lo que da una oportunidad de actuación inédita hasta ahora- se ha convertido en un tópico sin contraste. Pasados ya muchos meses de esa realidad, empieza a ser oportuno preguntarse en qué ha cambiado la política económica desde que los principales países europeos son gobernados por gente como Jospin, Blair, Schröder o D´Alema, y si se han notado diferencias sustanciales respecto al pasado anterior. La verdad es que las distinciones no son muchas. En la mayor parte de los casos ha habido una ausencia de transformaciones profundas, sea por falta de voluntad o de condiciones objetivas. La máxima de que la política es la economía sigue siendo la que rige la acción de las formaciones que administran el poder.

Si hay un campo es el que se nota la lentitud de los cambios es el de la construcción de la Europa social. Cuando ha habido avances sustantivos en la reducción del desempleo (caso de Francia: estamos hablando de Gobiernos socialdemócratas, por lo que no se menciona el ejemplo español) se ha tratado de vías nacionales, no de políticas comunes. Todos los Gobiernos están retóricamente de acuerdo en el que el primer problema de la UE es el de un paro abundante (más de 16 millones de personas), y se disponen a reducirlo... siempre que no implique ningún esfuerzo añadido para las arcas comunitarias. Se admite teóricamente (como en la cumbre de Amsterdam de junio de 1997) que la lucha contra el paro es la prioridad, o se habla de un pacto europeo sobre el empleo (como en la de Colonia de dos años más tarde), pero no habrá una reflexión extraordinaria hasta Lisboa, en marzo del año 2000, cuando Portugal ejerza como país presidente de la UE.

Y no sólamente eso, sino que los socialdemócratas se han mostrado divididos respecto al camino a seguir: Jospin, con unas fórmulas, y Blair y Schröder con otras, como se explicitó cuando éstos últimos firmaron el manifiesto de la tercera vía, contestado inmediatamente por los socialistas franceses (además de las abundantes discrepancias que existen en el seno del SPD, incluida la dimisión de Lafontaine). El programa con el que se presentaron conjuntamente los socialistas a las elecciones al Parlamento Europeo no ha quedado en otra cosa que en papel mojado. Se habla de la guerra de las dos rosas.

Las circunstancias por las que atraviesan los tres grandes países europeos son disímiles. En Gran Bretaña, un estudio publicado por el profesor Tony Travers, de la London School of Economics, demuestra que el gasto público de los laboristas está en porcentajes históricos mínimos; si continúa la política presupuestaria de Blair, este gasto será el más bajo, en términos relativos, en los últimos 40 años, inferior incluso al porcentaje que se manejó en los tiempos de Margaret Thatcher. Travers indica que el gasto público será, con el Gobierno de Blair, inferior el 40% del PIB (con Thatcher fue del 43%).

Schröder está inmerso en un plan de austeridad para ahorrar más de 2,5 billones de pesetas en el año 2000, que supone una rebaja del impuesto de sociedades y una reforma de las pensiones que, hasta ahora, no ha sido comprendido ni por su propio partido ni por el conjunto de la sociedad, si se analizan en este sentido los resultados de las últimas elecciones. En cambio, los democristianos en la oposición han anunciado que no bloquearán en el Parlamento tal programa de austeridad.

De Jospin y su modernización hacia una economía menos intervencionista ya se hablaba en la columna de la semana pasada. Esta semana se ha puesto a la venta en Francia un libro titulado La gauche imaginaire et le nouveau capitalisme, en el que dos periodistas económicos de Le Monde y Liberation describen las renuncias de los socialistas (el cierre de la planta de Renault en Vilvorde; la disminución de la fiscalidad de los cuadros, a través de las stock-options; los fondos de pensiones; el impuesto a los movimientos de capital conocido como Tobin tax; las desviaciones de las 35 horas, etcétera).

Es por ello por lo que muchos analistas, a pesar de reconocer la revitalización de la coyuntura europea, hablan de socialconformismo.

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