Zhang Yimou repite León de Oro
Abbas Kiarostami obtiene el Gran Premio del Jurado y el de la Crítica Internacional
ENVIADO ESPECIALEl Premio Marcello Mastroianni al mejor intérprete joven fue concedido a la excelente actriz austriaca Nina Proll, por su estupendo trabajo en Nordrand, dirigido por Barbara Albert. Las célebres copas Volti, que premian las mejores interpretaciones, fueron a parar a buenas manos y pueden considerarse merecidas, pero discutibles. Fueron para la gran actriz francesa Nathalie Baye por Una relación pornográfica, excelente película dirigida por el belga Frédéric Fonteyne, y para el actor británico Jim Broadbent, por su espléndido trabajo en Topsy-Turvy, dirigido por Mike Leigh. Sin embargo, en la sombra quedan las luminosas creaciones de la italiana Valeria Bruni Tedeschi en Nada que hacer, de Melanie Griffith en Crazy in Alabama y de Michael Caine en Las normas de la casa de la sidra, trabajos no menos vivos, elegantes y solventes que los triunfadores.
Fue un reparto de galardones inteligente, justo y equilibrado. Provocará las habituales discrepancias, pero esta vez serán con toda evidencia muy minoritarias. Los dos grandes galardones, el León de Oro y el Gran Premio del Jurado, están destinados a avalar el itinerario de las dos únicas indiscutibles obras maestras que hemos visto a lo largo de las dos semanas pasadas en el Palazzo del Lido veneciano.
Son dos obras de escuela, de características formales y de estilo casi contrapuestos, pero que, precisamente por eso, añaden riqueza a la visión del cine actual resultante del conjunto de esta Mostra, que así consigue paliar en parte sus balbuceos y sus deficiencias. De hecho, esta irregular edición del festival veneciano tiene desde anoche derecho a pasar a la historia del cine como un hito o referencia, pues de ella salieron a la luz dos películas de formidable hermosura, que no resulta arriesgado conjeturar que quedarán y pronto se verán convertidas en cine vivo de mañana y de siempre.
Menos convincente es el premio a la mejor dirección concedido al chino Zhang Yuan por Diecisiete años. Hay trabajos de dirección no menos intensos que el de este filme, que peca de arrítmico y desequilibrado, pues tiene partes maravillosas y partes sólo pasables.
La Medalla de Oro de la Presidencia del Senado concedida a Nada que hacer, dirigida por la francesa Marion Vernoux, parece lo que es: un premio político más que estético. Pero este tipo de componendas es habitual en todos los festivales y parece que es la única metedura de pata seria que encontramos en la lista de premios concedidos por el jurado internacional que presidió el cineasta yugoslavo Emir Kusturika, que por lo demás saldó por arriba su trabajo con pleno acierto.
Esta primera edición -muy irregular, llena de pronunciados altibajos e incoherencias en la línea de programación- de la enésima etapa de una Mostra sometida desde hace decenios a continuos vaivenes y dirigida ahora por el profesor, historiador y crítico cinematográfico Alberto Barbera, tuvo como últimos flecos el homenaje al veterano cómico estadounidense Jerry Lewis, de 73 años, al que le fue otorgado anoche un León de Oro Especial dedicado a la totalidad de su obra, y el encuentro con el director Martin Scorsese, después de la presentación de una película de montaje hecha por cineasta italo-americano titulada Il dolce cinema, dedicada a su memoria íntima del cine de este país.
Jerry Lewis fue protagonista ayer de una divertida conferencia de prensa en la que prodigó algunas de sus célebres payasadas, improvisando gags muy de su estilo gesticulante, expresivos y caricaturescos, pero de eficacia cómica inmediata e irresistible. Estaba injustamente semiolvidada la larga carrera de Jerry Lewis en los escenarios de teatro y de cabaré y, finalmente, en la pantalla, primero haciendo de contrapunto ingenuo del galán pícaro y famoso cantante recientemente fallecido Dean Martin, y después en solitario, produciendo, dirigiendo e interpretando sus películas, entre ellas las magníficas El profesor chiflado y The bellboy, que le convirtieron en un cómico serio y muy popular en todo el mundo en los años cincuenta y sesenta. Ayer resucitó aquí esta entrañable leyenda, y Jerry Lewis se convirtió en uno de los protagonistas indiscutibles de la ceremonia de clausura.
La película de Martin Scorsese Il dolce cinema es un riguroso pero apasionado homenaje de este hombre, nacido en la Little Italia neoyorquina, al cine de la tierra de sus padres. Es un emotivo y hermoso trabajo de montaje e intronspección, en el que Scorsese nos hace ver, desde su mirada de niño emigrante italiano, trozos admirablemente seleccionados e introducidos en un exacto ritmo didáctico, la obra de eminentes cineastas y su repercusión en la formación de su vocación cinematográfica. Su evocación y análisis de algunas escenas de Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica; de Roma, ciudad abierta, de Roberto Rossellini, y de La aventura, de Michelangelo Antonioni, entre otros instantes del genio cinematográfico italiano, fueron aclamados en una Mostra donde el cine que se hace ahora aquí ha obtenido una presencia tan abundante como decepcionante, e inexplicable. No se entiende que una cinematografía con la potencia histórica de la italiana haya aportado a esta Mostra tanta mediocridad. Scorsese se encargó de demostrar que esta vaciedad mostrada por el cine italiano carece de sentido mirada en el espejo de su historia.
Babelia
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