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FERIA DE ARGANDA DEL REY

No es lo que era

Llegarse hasta Arganda del Rey para ver novillos que se caen no merece la pena, francamente. La feria de Arganda del Rey ya no es lo que era, de momento. De tres novilladas celebradas dos transcurrieron bajo el síndrome del novillo modorro pata chula tumbón y resultaron un aburrimiento. Quedan dos (rejoneadores aparte, que cabalgan hoy) y, vistos los precedentes, no procede hacerse demasiadas ilusiones. Llegarse a Arganda para comprobar lo que ha crecido esta población entrañable, su creciente comercio, las tiendas modernizadas y bien surtidas, los bares y restaurantes a tope, los divertidos encierros mañaneros, la movida capea que sigue a la función principal, bien: vale. Pero la función principal cae como una losa.

González / Miguel Ángel, Robleño, Álvarez

Novillos de Manolo González, tres primeros con poca presencia, totalmente inválidos; 4º, bien presentado, flojo; dos últimos con trapío y fuertes. La mayoría sospechosos de pitones. Manejables. Miguel Ángel: estocada caída (oreja); pinchazo y estocada caída (vuelta por su cuenta). Fernando Robleño: pinchazo, otro hondo tendido, dos pinchazos -aviso con retraso- y estocada corta caída (ovación y salida al tercio); pinchazo, estocada caída y rueda de peones (oreja). Óscar Álvarez: pinchazo pescuecero perdiendo la muleta, dos pinchazos, otro hondo caído -aviso- y dobla el novillo (silencio); pinchazo hondo (vuelta).Plaza de Arganda del Rey, 8 de septiembre. 3ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

Novilluchos mortecinos e inválidos: Arganda del Rey, quién te ha visto y quién te ve. Novillejos indecorosos donde solía salir ganado de aquí te espero y, con ellos, fiesta viva, lidia intensa, mérito de los toreros.

Que los novilluchos estuvieran tronados no quiere decir que, en un descuido, no pudieran causar un sinsabor. Ocurrió con el primero y Miguel Ángel fue el perjudicado. Se había metido Miguel Ángel en el asunto ese de las manoletinas -el pase de moda- y el asomo de embestida -sucinto aliento- era tan cansino y desmayado que se confió. Y a la salida de una de ellas el novillito, vuelto antes de lo previsto, tiró un gañafón.

Menudo gañafón tiró. Parecía D"Artagnan. Porque de un solo viaje le partió por gala la taleguilla. Desde la cintura hasta los puros machos se la abrió de un solo tajo. Y le quedaron descubiertas a Miguel Ángel las carnes de la pierna entera, salva sea la parte incluida. Cierto que la calzona interior resultó intacta y disimulaba el desnudo, mas no mucho pues era transparente.

El torero no se amilanó y remató la faena. Pero por los graderíos el imprevisto espectáculo provocó encontradas emociones, a muchos les hizo gracia el cuadro, las mujeres gritaban muertas de risa. Sí, sí; riersus, riersus, que dijo el rapsoda; porque Miguel Ángel hizo de tripas corazón, cobró una estocada y se ganó la oreja.

Le había ligado Miguel Ángel los derechazos -no los pocos naturales que intentó- al impertinente funo, y con el aborregado cuarto anduvo pundonoroso en la desmesurada faena que le planteó por ambos pitones. Ahora bien, su toreo no prendía. El toreo, sin toro, difícilmente puede prender. Ni siquiera prendieron los continuos desplantes que hacía Miguel Ángel, con esos modos que se llevan consistentes en irse de la cara del toro (o lo que sea aquello) contoneando el cuerpo, mirando de soslayo y con desprecio al asendereado animalillo y amagándole con la espada un "te daba así...".

Son los modos que se llevan y los prodigó también Fernando Robleño que es hijo de su época. Daba una tanda, la remataba y se marchaba gesticulante poniendo expresiones tremebundas. Los toreros de la época cómo son. Los ven los niños y se creen que ha venido el coco. Y, sin embargo, en lo que importa - el toreo- intervenía con mayor templanza y sosiego.

Pudo apreciarse que Robleño tiene oficio, y se preocupa de templar y ligar, lo cual resultaba harto satisfactorio para la desvalida afición y el maltratado arte de Cúchares. Mejores logros alcanzó en su primero, soplo errante, que en su segundo, novillo cuajado, con el que bulló más, aunque le templó y ligó menos. Muy comprensible todo.

Las formas de Óscar Álvarez resultaron poco académicas, sufrió desarmes, se movió mucho, les gritaba demasiado a sus novillos. Sorprendentemente, al revés que sus compañeros -y en contra de la lógica- en tanto se mostraba precavido y descentrado con el novillo inválido, al íntegro le plantó cara. A éste -último de la función- le instrumentó derechazos de buena factura, cruzado muy de ley y ligándolos sin pérdida de terrenos.

Los novilleros, igual que todo en la vida, son una permanente paradoja. Un día parecen genios y al siguiente dan la sensación de estar incapacitados para el oficio. O viceversa. Ahora bien, ya no es tan frecuente que cambien en una hora. Y eso le ocurrió a Óscar Álvarez con la insólita particularidad de que dio su medida con el toro serio. Ese que salía siempre en Arganda del Rey y ponía a cada torero en su sitio.

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