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Reportaje:

La locura del fuego

Mientras los técnicos de la Junta dan a la máquina de sumar para saber cuánto cuestan 325 hectáreas de monte calcinadas, Enrique Marcilla no tiene nada más que calcular. La locura de J. M. G., de 40 años -el hombre que el pasado domingo supuestamente provocó un incendio en el paraje de Sierra Blanca, en Ojén (Málaga)-, ha convertido en ceniza la finca que escogió hace un año para jubilarse junto a su familia. Pero se consuela con un "podría haber sido peor". De la naturaleza que le rodeaba no queda ni rastro, pero la casa, cuyos muros tienen más de 200 años de antigüedad, sigue intacta y en pie. Cuando este ciudadano suizo de 57 años fue desalojado de su casa, junto a su mujer y sus dos hijos de 9 y 15 años, eligió tres cosas para salvarlas de las llamas: los cepillos de dientes, unos pantalones y los 10 cachorros de dobermann que su perra había parido hace 20 días. No había sitio en el coche para los 200 almendros, los 80 avellanos, los 200 frutales, el medio millar de pinos y los cuatro castaños centenarios. Tampoco para el matorral. El fuego se los comió con el resto de sus 35 hectáreas, a las que había bautizado como Garapalá -las únicas de titularidad privada que ardieron durante más de 24 horas, además de otras tres públicas-. En dinero, 50 millones, dice. Juan Gómez, el director del Refugio de Juanar -un antiguo parador nacional que pasó a manos de una cooperativa hace 15 años- también ha hecho sus cuentas. Tres millones. Es lo que le costará reparar el repetidor de televisión y la línea telefónica, sumado a lo que suponen las cerca de 140 estancias que se cancelaron después de que se desalojase a unos 40 clientes. Y luego, lo obvio: "Lógicamente, nos va a dañar. La imagen es deprimente. La gente pensará en el peligro antes de venir; la zona no va a recuperarse en tres días". Es más, habrá que esperar tres años, según el delegado provincial de Medio Ambiente, Ignacio Trillo, sólo para saber si se la zona se regenerará por sí sola o si habrá que repoblarla. Y más de medio siglo para que los visitantes puedan verla tal y como la vieron el domingo antes del mediodía por última vez. "Se prendió fuego en un sitio malísimo y en condiciones metereológicas adversas", asegura Trillo. "La eficacia ha sido muy alta". Del parque cinegético ardió un 40%. Los agentes forestales abrieron las puertas media hora después de que comenzase el fuego para que los 25 ejemplares de ciervos, muflones, cabras montesas y gamos pudieran escapar. Y aunque optaron por quedase, ninguno sufrió daños. "Ahora no se les puede ver porque andan por ahí tendidos a la sombra, pero están todos bien", relataba ayer un guarda rodeado de agentes del Infoca vestidos de amarillo. Ayer todavía quedaba un centenar de hombres esparcidos por la zona y trabajando en el lugar. Cuando la Guardia Civil detuvo el pasado lunes a J. M.G, que se dedica a la jardinería, ningún vecino intentó licharle. "El sentir del pueblo es que recaiga sobre él peso de la ley", dice Francisco Váquez, el alcalde de Ojén, como si se tratara de una maldición. Y añade: "Todavía no hemos asimilado que haya quemado ese monte, que es nuestro pulmón". Según asegura, J. M. G. "padecía desequilibrios mentales, e incluso estaba dado de baja después de haberse divorciado de su mujer". Un día antes de decidirse a quemar el bosque había tenido problemas con los vecinos. Que se lo intenten explicar a Marcilla, que ya no sabe para qué le sirve el camino que había construido para recolectar la fruta. "Sólo espero que llueva para que el monte se ponga verde y para no tener que ver la ceniza", dice, y su casa huele a quemado. Como el resto de monte que le rodea.

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