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Vendimia

J. M. CABALLERO BONALD Acaban de llegar las moscas de la vendimia. Vienen todas juntas, organizadas en enjambres bíblicos, pero ya no regresarán a sus lugares de origen: mueren alcoholizadas. Es una historia natural que se repite cada año cuando empieza septiembre. Al menos, en esta zona del marco de Jerez, donde la vendimia incluye muchas otras recolecciones sociales y culturales. No hace todavía mucho, y a pesar del mosquerío, ese episodio eminente del nacimiento de un nuevo vino, o del vino nuestro de cada año, se conmemoraba por aquí con unos festejos de mucha diversión. Parece ser que lo único que hay que celebrar ahora es que las viñas sigan estando donde están, sin que las arranquen los vendavales de la economía europea. Las vendimias actuales no tienen casi nada que ver con las de mi juventud. Por supuesto que se trata de una comparación imposible: ni el mundo vitivinícola es el mismo ni yo soy el de entonces. Tampoco podía ocurrir de otro modo. En aquel tiempo las vendimias aún disponían de una cierta resonancia mitológica. Si uno era lo suficientemente crédulo, incluso podía relacionarlas con los ritos dionisiacos. Las faenas de recolección y acarreo de la uva, el soleado del almijar, la pisa en los lagares, el trasiego del mosto, todo eso respondía a una venerable herencia vinatera, aunque ya hoy no sea más que una estampa costumbrista de lo más inocua. Aparte de una referencia laboral particularmente desapacible. Desde las viñas circunvecinas llegaba hasta los distritos urbanos el olor antiguo y maternal del mosto, ese olor que si se huele como es debido ya no se olvida nunca. Las moscas venían detrás o ya estaban aquí casi todas, pero mostraban una acusada tendencia a la dipsomanía. Hay entomólogos que opinan que esos insectos, debido a un proceso orgánico todavía poco conocido, poseen el raro privilegio de hacer fermentar el mosto a medida que se lo beben. Encima, eso. Me entero que algunas empresas vinateras han empezado a experimentar este año un sistema mecánico para recoger la uva. Ni lo he visto ni tengo el menor interés en verlo. Un aparato que sustituye al corte manual de los racimos, es operación que queda un poco a trasmano de mis gustos. Tampoco me atrae lo de la fermentación controlada, que es un indudable avance de la tecnología, pero no me tienta comprobarlo. Supongo además que todo eso va a mermar considerablemente la contratación de temporeros. Tendré que consultar con Antonio Pedro Barbadillo, profesor emérito de vinicultura, para que me explique lo que pasa. A pesar de la sequía y de ciertos pronósticos adversos, he oído decir que ya está garantizada la calidad, ya que no la cantidad, de la cosecha de este año. Los favorables vientos de poniente, las nada excesivas temperaturas, amén de la muy beneficiosa condición de la tierra albariza, han dado afortunadamente esos frutos. Se calcula que van a obtenerse en el marco de Jerez unas 150.000 botas de mosto, o sea, unos 75 millones de litros. Más desde luego de lo que pueden beberse esas malditas moscas. Por lo pronto, yo me voy a tomar enseguida mi primera copa.

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