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El fallido despegue de "Romeo Zulu"

Sorprende en el primer análisis la similitud de esta catástrofe con la ocurrida en Málaga hace varios años, cuando un DC-10 de la desaparecida Spantax, interrumpió su despegue a Nueva York, y consumiendo el resto de pista que le quedaba por delante, terminó en llamas en la finca situada al sur del aeropuerto tras atravesar a 300 kilómetros por hora la carretera 340. Aquel accidente produjo un saldo mortal parecido al que ha causado el siniestro argentino.El Aeroparque Jorge Newbery, llamado así en honor del precursor de la aviación argentina que cruzó por primera vez el Río de la Plata, no tiene muchas concesiones para márgenes de seguridad mayores que los estrictamente reglamentarios. Casi incrustado, como el de Hong Kong, en el medio de la ciudad, y al igual que aquél, fue proyectado sobre un terreno ganado al río, y se encuentra confinado entre altos edificios y dos avenidas.

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El Boeing 737-200, que iba a realizar la línea Buenos Aires-Córdoba, según testimonios, retrasó su salida por inconvenientes técnicos en una de sus turbinas. Muchos afirman que fue precisamente ese reactor el que presumiblemente tuvo un fallo catastrófico al final de la carrera de despegue. Contrariamente a lo que ocurre con los modernos y seguros aviones 737-300 y siguientes, donde los motores cuelgan por debajo de las alas, y muy por delante de las mismas, en aquel modelo, de más de 20 años de antigüedad, las turbinas se encuentran pegadas a aquéllas. De esa manera, piezas metálicas desprendidas de una turbina que gira a 40.000 revoluciones por minuto durante el despegue, pueden destrozar componentes vitales, tales como conducciones hidráulicas o de combustible, haciendo imposible la maniobra.

En circunstancias normales, cualquier avión podría, a partir de una determinada velocidad que se alcanza en el suelo, continuar su despegue aunque fallase uno de sus motores si se tratase de un bimotor, e incluso dos simultáneamente si fuese un cuatrirreactor, acontecimiento éste nunca ocurrido en la aviación comercial. Lo que muy probablemente sobrevino con el Romeo Zulú, como se llama a este aparato entre sus técnicos, fue eso. Pasada la velocidad llamada de decisión, y probablemente también la de rotación, aquélla donde el morro del avión se levanta para abandonar la pista, la desintegración de una turbina quizá produjo enormes daños que afectaron sistemas vitales.

Aunque improbable, tampoco debe ser descartado que los tripulantes, alarmados por la probable espectacularidad del fallo, no hayan sido afortunados en la elección del procedimiento de emergencia, y hayan desistido de continuar un despegue que quizá pudo ser realizable sin más consecuencias que un susto. Quien esto escribe, tras 40 años como piloto, bien sabe que es más fácil opinar frente al teclado del ordenador que ante los mandos de un avión donde, muy rara vez, alguien tiene que decidir, en dos o tres segundos, el procedimiento a seguir, que conducirá a un sobresalto sin consecuencias o a una tragedia irreparable.

Raúl Tori, experto en seguridad aérea, es veterano comandante de Boeing 737.

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