Una discusión sobre el sexo de los ángeles JOAN M. ESTEBAN
La cuestión de las balanzas fiscales regionales se está convirtiendo en un tema recurrente en la discusión política. Con frecuencia leemos en las páginas de EL PAÍS datos y opiniones sobre el signo de las balanzas fiscales regionales -especialmente la de la economía catalana-. La polémica comprende tanto la magnitud del déficit -desde un billón hasta sólo unas pocas pesetas- como su valoración -unos lo consideran inaceptable y otros adecuado-. En su conjunto, esta discusión produce perplejidad y la convicción de que, en buena parte, es fruto de una incorrecta comprensión del asunto. La proximidad de las elecciones al Parlament hace temer un auténtico alud de nuevas y apasionadas tomas de posición. Por ello, antes de que el ardor de la campaña electoral tiña de partidismo incluso los más fríos análisis, parece oportuno intentar poner orden en esta ensalada de argumentos y cifras, aliñada con una buena dosis de sentimientos. Las discusiones sobre la validez de las distintas estimaciones de los déficit fiscales resultan muy técnicas y tienden a oscurecer la argumentación. Parece, pues, razonable intentar tener las ideas claras sobre qué vamos a hacer con las cifras antes de adentrarnos en el cenagoso terreno de si la estimación de tal o cual partida está sobrevalorada. Supongamos, por tanto, que hemos llegado a un acuerdo sobre la magnitud de dicho déficit fiscal. ¿Con qué criterios podemos afirmar si se trata de un volumen excesivo o razonable? Ante esta tesitura, algunos autores optan por comparar el porcentaje del gasto público en la región con su participación en la recaudación tributaria. Si la diferencia es "alta", se concluye que el déficit fiscal es "excesivo", incluso atendiendo a una redistribución solidaria incuestionable. Otros toman la vía de la comparación internacional. En este caso, el déficit es calificado de "excesivo" si sobrepasa el observado entre regiones de países que consideramos similares al nuestro. Si bien es cierto que estas comparaciones pueden resultar sugerentes, presentan dos tipos de problemas. El primero es que no está claro qué es exactamente lo que estamos comparando. El resultado puede estar determinado tanto por los efectos de sistemas fiscales distintos como por diferencias en la estructura económica. Si tomamos el caso de Alemania -referente predilecto en este campo-, hemos de tener en cuenta, entre otros elementos diferenciales, que la renta personal está distribuida de forma más igualitaria que en España. En consecuencia, el que allí las transferencias interregionales sean de menor magnitud parece razonable atribuirlo al menor volumen de las transferencias interpersonales y no a que el sistema fiscal alemán sea menos discriminatorio con las regiones que el español. El segundo problema, y más grave a mi parecer, es que el razonamiento basado en las meras comparaciones acostumbra a esconder la ausencia de argumentos claros. El concepto de balanza fiscal no es privativo de las regiones. De hecho, es perfectamente razonable calcular la balanza fiscal a escala individual; esto es, la diferencia entre lo que cada persona contribuye y lo que recibe del Estado. ¿Qué conclusión deberíamos sacar de la comprobación de que nuestra balanza fiscal personal está en déficit o en superávit? ¿Qué pensaríamos de alguien que afirmase que su deficit fiscal es excesivo y que ello limita las posibilidades de crecimiento de su renta? Simplemente, que es muy humano desear pagar menos impuestos y que la magnitud de este déficit no puede ser tomada como indicador de discriminación, sino tan sólo del nivel de ingre-sos de la persona en cuestión. El
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