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"Kubrick era un amante del poder como la mayoría de directores"

Elsa Fernández-Santos

Frederic Raphael (Chicago, 1931) trabajó a lo largo de dos años con Stanley Kubrick para escribir el guión de Eyes wide shut, la película que abre mañana el Festival de Venecia. El fax, el teléfono y las visitas a la casa del director se sucedieron en una colaboración que llegó a ser desesperante por confusa y "poco creativa". Raphael, que en un diario llegó a escribir: "Me queda el mismo consuelo que a una puta; sea lo que sea, él me ha elegido a mí, a mí, a mí", es el escritor, entre otras, de Dos en la carretera, de Stanley Donen, y de Darling, la película de John Schlesinger que le supuso en 1966 un Oscar al mejor guión. La publicación de su libro Speaking with Kubrick, que ahora se publica en España por Grijalbo-Mondadori con el título Aquí Kubrick, ha enfurecido a la Warner, el estudio al que pertenece el filme. "No he visto la película porque el estudio no me ha permitido verla", señala este norteamericano que vive entre Francia y el Reino Unido. "Ahora que se estrena en Europa por fin podré verla"."A la Warner no le gusta la libertad de expresión", afirma Raphael. "Los grandes estudios son las grandes dictaduras de hoy. No les molesta que hable mal, o incluso bien, de Kubrick, simplemente les molesta que hable, les asustan las palabras, en gran medida porque muy pocos de sus directivos saben leer." "Los guionistas", continúa este biógrafo de Lord Byron y Somerset Maugham y crítico literario del Sunday Times, "tenemos una extraña relación con la industria. Nos temen porque saben que no pueden prescindir de nosotros, una idea que sin duda excita la mente de muchos directores, y por ello nos desprecian como nosotros los despreciamos a ellos. Somos lo que se llama un mal necesario. Sin duda, tenemos un raro y excepcional poder".

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En su libro, Raphael describe con ironía un proceso de trabajo en el que Kubrick -"aplicando su sentido de jugador profesional de ajedrez"- movía las fichas como si se tratara de un juego de acertijos en lugar de una colaboración profesional. Kubrick, por ejemplo, no quiso revelar al guionista quién era el autor del libro que adaptaba."A Kubrick le molestó que yo adivinara que se trataba de Relato soñado, de Arthur Schnitzler. Cuando le hablé de Freud, él adivinó que yo sabía que trabajaba con una obra de Schnitzler, que era un autor muy admirado por Freud, y eso le enfureció. Era un juego tonto. Le gustaban esos juegos, formaban parte de su manera de ejercer poder. La franqueza, decir exactamente lo que quería o lo que pretendía era una muestra de debilidad que no se permitía. Kubrick era un amante del poder, como lo son la mayoría de los directores. Quizá él representa el extremo de un tipo muy determinado de cineasta, pero, desde luego, no se trata del único caso".

En su libro, Raphael cuenta cómo Kubrick incluyó en su contrato una cláusula que le exigía no escibir ni una línea que no fuera para el guión durante los meses de trabajo. "Por supuesto, jamás lo firmé. A Kubrick le gustaba imponer cosas que sabía intolerables. Pero lo curioso era que si te negabas a ellas no le importaba. Te hacías valer. Despreciaba el servilismo y le parecía más cercana la gente que le llevaba la contraria".

Raphael recuerda en su libro cómo Stanley Donen le deseó suerte cuando empezó el guión con Kubrick, a quien el director de Cantando bajo la lluvia llamó "la mente más privilegiada del cine". "La diferencia entre Donen y Kubrick es que Donen ha sido bailarín, y eso siempre le ha hecho apreciar a su pareja de baile, su creatividad es dependiente, sabe lo que es una coreografía, y le gusta esa dependencia. Kubrick fue primero fotógrafo y su relación con la creatividad era solitaria. Donen admiraba y se divertía con los otros artistas. Kubrick no era un bailarín y su trabajo, desde luego, nunca fue bailar. No es una crítica, sólo es un contraste".

Para el guionista, Kubrick no era un tipo excéntrico ("no menos que yo") y tenía bastante sentido del humor: "Nuestras conversaciones podían ser muy entretenidas". En su opinión, a Kubrick le interesaba la novela de Schnitzler, ambientada en la Viena de principios de siglo y en la que un intercambio de confidencias eróticas provoca en un matrimonio un delirio de sexo y muerte, porque era muy diferente a todo lo que había hecho antes.

"Ninguna película de Kubrick se parece a otra. Y nunca había tocado el tema de una relación de pareja, sólo un poco en Barry Lyndon, pero era una historia de amantes. Recuerdo una frase de Kubrick: "Es más fácil enamorarse que encontar una buena historia". El se enamoró de la historia, pero no porque pensara que tenía algo especial que decir sobre la infidelidad o el matrimonio -como no creo que hiciera Senderos de gloria para hablar de la guerra o de su repulsión a la guerra- la hizo porque era una buena historia".

Para Frederic Raphael, la línea que separa el perfeccionismo de Kubrick y cierto deseo de no terminar las cosas es borrosa. "Creo que Stanley pensaba que podía sacar algo más de Tom Cruise y por ello el rodaje con él se prolongó tanto. También creo que probablemente pensaba que podía ir más lejos consigo mismo y por eso persistía. No sé, son especulaciones".

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Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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