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La guerra de los retretes

80 congresistas estadounidenses quieren abolir la ley que impide que las cisternas tengan más de seis litros

Incluso en estos tiempos de sequía, los estadounidenses añoran el tamaño y la capacidad de las antiguas cisternas de sus retretes, aquellas que descargaban 3,5 galones de agua (13,2 litros). Tan grande es la nostalgia, que 80 congresistas piden que se abola la ley federal que, con criterios conservacionistas, obligó a comienzos de esta década a que todas las nuevas cisternas tuvieran un máximo de 1,6 galones de agua (seis litros).Mientras sus representantes en el Capitolio libran esta batalla, los ciudadanos compran en los derribos las viejas cisternas de 3,5 galones o las buscan en Canadá, donde sigue manteniéndose en vigor el tradicional y generoso modelo. Los habitantes de EE UU no sólo vinieron a América en busca de libertad y fortuna, sino también para no pasar las estrecheces de Europa o Asia en materias como el agua, la tierra, el fuego o el aire. Así que se toman mal cualquier restricción que las autoridades intenten imponerles, aunque sea por el bienester general y la salvación del planeta. Por ejemplo, montan en cólera cuando se les dice que deberían gastar menos gas y petróleo porque su país es el principal productor del planeta de gases de efecto invernadero. La naturaleza ha sido generosa con nuestro país, que ahorren los otros, replican a los bienintencionados llamamientos.

Pasa lo mismo con el agua. Las zonas noroccidentales de EE UU viven ahora la tercera peor sequía del siglo y, si no llueve el próximo otoño, la situación puede ser incluso peor que en 1929 y 1966. Pues bien, aún así, los vecinos de Maryland, el Estado que limita con la ciudad de Washington, han puesto el grito en el cielo porque su gobernador les ha prohibido malgastar agua regando el césped o lavando el coche. No entienden por qué tienen que meter la cabeza las autoridades en dos actividades tan privadas y tan estadounidenses como ésas.

Cuando en 1994 entró en vigor la ley que prohibió la fabricación de las clásicas cisternas, millones de ciudadanos se dijeron que aquello era el colmo. Que el Gobierno federal metiera sus narices hasta en los cuartos de baño les pareció una muestra de la creciente pérdida de libertades individuales. De la misma opinión, el congresista James Traficant, un demócrata de Ohio, emprendió de inmediato una campaña para que se aboliera la medida. Este verano, Traficant sigue en la brecha. En una audiencia sobre el asunto celebrada antes de que el Congreso se fuera de vacaciones, reiteró el mensaje que le ha hecho célebre: "Desde que las autoridades de Washington, en su infinita sabiduría, obligaron a todas las cisternas de EE UU a descargar un máximo de 1,6 galones de agua, los habitantes de este país tiran una y otra vez de la cadena, hasta conseguir hacer desaparecer de sus váteres todo lo que allí depositan. El resultado es que estamos gastando más agua que nunca para mantener limpios nuestros retretes".

Los usuarios, entretanto, practican la desobediencia civil. The Dallas Morning News informa de que, a pesar de que Tejas impone una multa de 500 dólares a todo aquel que venda o compre una cisterna de las clásicas, allí existe toda "una floreciente industria ilegal" de producción y distribución de artefactos de 3,5 galones. Y la revista Time cuenta que mucha gente en Los Ángeles soluciona el problema instalando el nuevo modelo que ahorra agua y adjuntándole, una vez pasada la inspección de habitabilidad, el clásico. Esos vecinos ya no pasan apuros.

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