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Tribuna:RELATOS DE VERANO
Tribuna
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La hora española

Vicente Molina Foix

El muchacho árabe sentado en un banco del parque no sabe con cuál de los dos extranjeros quedarse. Unos diez metros a su derecha, la mujer madura del paraguas le mira nerviosa, pero insistente. ¿Qué querrá ésta del chico?, piensa, desde su puesto de lectura fingida a la sombra de un árbol, el hombre maduro, que la recuerda como compañera de su vuelo Madrid-Casablanca. Ahora, al muchacho árabe le toca mirar a su izquierda, hacia el señor que estaba paseando y se detuvo al verle. Gafas negras en un día nublado, el truco del periódico..., ese hombre lo que quiere es engatusar al niño, piensa la mujer mientras agujerea la tierra con la contera del paraguas. Un instante de tregua. Nadie mira a nadie, o los tres disimulan, y entonces cruza el parque un perro descarriado que muy a gusto se iría con cualquiera de los tres. Elena Martos acaba de cumplir 46 y es soltera. Nunca se ha arrepentido de lo último, aunque los años, a partir de los 41, le sorprendieron; ella seguía estando segura de su cuerpo, pero los hombres de su oficina dejaron de tratarla con picardía. Solterona, o peor, una recién abandonada por el marido, así la juzga bajo el árbol al que da vueltas Lalo Ortiz, que sólo tiene un año más que ella y se siente muy joven y muy perdido desde que Iñaki, el novio con quien compartió casa doce años, tuvo un accidente mortal de coche en febrero. Ya se podría ir este marica moscón de aquí, dice en voz alta ella, sentada en su banco, donde nadie laoye. ¿Qué piensa a todo esto Ihssan, el muchacho sonriente entre los dos mirones?Al día siguiente, después de tanta mirada que no llevó a ninguno de los tres a ningún sitio, Elena sigue jugueteando con el paraguas cuando regresa al hotel después de un paseo, y Lalo, andando sin rumbo cerca de la estación de autobuses, deja en EL PAÍS recién comprado y estrujado sus huellas dactilares. El termómetro marca 14 grados en Agadir, y los dueños de las tiendas vacías se preguntan qué buscarán fuera de temporada en esta fea ciudad de playa sin monumentos dos españoles solos.

Elena tiene una cita en el vestíbulo de su hotel, pero está distraída recordando los ojos traviesos y la sonrisa amiga del muchacho del parque. ¿Cómo será mi hijo? Alguien que ya saluda de lejos se está acercando al diván, y al llegar a su lado le alarga una mano con tres anillos. No parece árabe. "Soy un judío auténtico de Tánger", le dice el representante de la agencia mientras le enseña su credencial.

El judío de Tánger conduce despacio porque habla mucho y mira más a Elena que a la carretera; son sólo veinte kilómetros a Taghazout.

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-¿Ha tenido tiempo de ver Agadir un poco? La kasbah vieja.

-Estuve en el parque. La gente es muy simpática.

-Poco turismo ahora. Los alemanes quieren verano.

-El niño...

-Farhane. Su madre me ha dicho que usted le puede poner al niño un nombre madrileño, si quiere. Isidro es bonito.

-Más bonito es Farhane.

Mientras Elena se sitúa en su papel de madre, Lalo no sabe qué hacer con el tiempo, sentado en un café del bulevar Hassan II. Sexo barato y bueno, sin lazos sentimentales; "lo mejor para tu corazón partío", le dijo un amigo de Iñaki muy impuesto en africanos. Pero el caso es que a él una atadura no le vendría mal; se siente tan suelto, tan desanclado, que su temor es hundirse al menor choque. Y la gente que ve no le va. El muchacho del parque... A Lalo nunca le gustaron más jóvenes que él. Así desde luego no me ataría. El sexo por el sexo. Yo lo que quiero es querer y dejarme querer por un oso grandón. Los árabes son unos imberbes, y no tienen ni un pelo en el pecho, le advirtió el amigo de Iñaki propenso a la carne africana.

Lentamente han llegado a Taghazout; una calle y muchos tenderetes donde se venden plátanos en rama. El coche para delante de una casita baja que tiene en la puerta un gato hipnotizado por una lagartija.

-Casa pobre.

Cuando el intermediario de la agencia va a llamar con los nudillos, un niño serio y limpio abre la puerta de la casita. Una alta mujer con velo le protege, y entre sus faldas negras juegan a esconderse dos niñas con churretes en la cara.

-La foto. Es Farhane. Compruebe usted, señora Martos. Legal.

-No hace falta. Es Farhane.

Las dos horas de Elena en Taghazout con aquel niño que llevará su apellido de soltera. Las dos de Lalo de café en café, de indeciso ante los chicos que le sonríen sin conocerle. Un hijo. Una cura. Y las horas muertas de Ihssan, que cuentan lo mismo.

Ese atardecer, los tres coinciden de nuevo en el paseo marítimo, pero tardan en verse. Lalo, arrepentido del viaje. Elena y las primeras angustias de una costosa maternidad sin dolor. Ihssan. También Ihssan está inquieto en el paseo, mientras mira la luna llena de una noche de otoño calcada a las del verano.

Este hombre otra vez, y para mí que sigue a la caza. El morito del parque: si el cuerpazo no acabara en esa cabeza de angelote. La noche templada, el paseo marítimo con pocos paseantes. Ihssan se hace el simpático con la extranjera, y en la sonrisa cercana le falta a su boca un diente. El extranjero no se pone celoso, pero vigila. Los tres terminan yéndose por su lado.

Tercer día de estancia en Agadir, y Elena ha salido del hotel entre su intermediario y el niño árabe, que le da la mano reacio. El descabalado grupo familiar en el bazar, por donde casualmente pasa Lalo, que tampoco va solo; un hombre de piel oscura y bigotes, con chilaba azulada, le acompaña. Ella se siente como una impostora; él está avergonzado. Los compatriotas hacen como si no se conocieran. No se conocen.

Elena le ha comprado unas botas Nike a Farhane, y el niño sigue serio, pero se mira a los pies curioso, sin dejar de coger la mano de esa señora más baja que su madre y de un olor menos dulce. Ahí está el muchacho del parque que paseaba anoche por el bulevar de la playa. Muy mayor para ser mi hijo adoptivo. ¿O no? (Las preguntas de Elena que Elena no sabe responder).

Lalo ha follado en un hotel pequeño y sin formalidades que conocía el árabe que le abordó junto al edificio de Correos. ¿Ha sido un ligue o una negociación? ¿Le tendré que dar la propina recomendada por mi amigo el experto? El hombre de los bigotes está en la ducha, y su chilaba, al pie de la cama, como una mancha de aceite en las aguas del suelo de baldosas. No me he curado, pero me he corrido: la primera vez desde la muerte de Iñaki. Me viene a la cabeza otra vez la boca mellada del morito de anoche.Tendría que haberle dicho algo.

Al cuarto día, Elena y Lalo se encontraron cara a cara en un restaurante italiano sin más clientes. Él la oyó pedir al camarero en español; ella le vio EL PAÍS doblado junto a la servilleta. La tarde ha sido lluviosa, y Elena no lleva paraguas. Las cosas van bien: el tangerino de la agencia cree posible que el niño pueda pasar las navidades en Madrid. A Lalo, el buen recuerdo del polvo de ayer le calma, pero el hombre de los bigotes estaba casado y en el ejército.

-¿Habla usted español?

-Sí.

-Le he visto por aquí.

-Y yo a usted. ¿Turismo?

-Algo así. Usted...

-Turismo.

-La gente se asusta del otoño, pero hay que ver qué días más buenos...

-Hoy ha refrescado.

Comen ahora en silencio; él, sus espaguetis con frutos de mar; ella, un pescado blanco a la plancha. Alguien les mira desde la acera del parque.

El morito guapo. ¿Será menor de edad? Mi hijo grandote. Qué ganas de cenar, él y yo juntos. Ihssan sonríe a los dos.

-Viens!

-Usted sabe francés...

-Muy poco. Viens ici!

El muchacho se acerca. Los dos turistas se miran como niños en una diablura, juntan las mesas y sientan al chico enfrente. Al camarero no le apetece poner un tercer cubierto. La cocina ha cerrado.

-Ton nom?

-Ihssan.

-Moi, Elena. Me llamo Elena...

-Yo, Lalo, de Eduardo. Moi, La-ló.

El restaurante ha cerrado, y están ahora los tres en un banco del parque del primer día.

-Pregúntele qué años tiene.

-Ton âge?

Hay parejas que los adoptan crecidos. Más papeleo. El asistente social. ¿Me dejarían?

¿Me dejarían entrar con él en el hotel de la vista gorda? No sabría qué hacer con él en la cama.

¿Qué edad dice Ihssan?

"Me faltan tres meses para los 18, pero soy mayor hace tiempo. Lo era cuando me acosté este verano con hombres franceses, y fui antes el hombre de la mujer de Valencia que me escribe cartas con fotos y muchas palabras que no entiendo. Tres meses y tres mil dirhams me faltan para poder llegar a Valencia, que también tiene mar, más caliente que el de Agadir, me dijo ella en nuestra segunda noche, la noche del regalo".

Han llegado sin saber la edad del muchacho a la primera línea de los hoteles, pero Ihssan les enseña su reloj de pulsera.

-Espagnol.

-No. Es un Swatch.

-Suizo.

-Non! De Va-len-ci-a. Entonces, los dos españoles alzaron con sus manos la muñeca orgullosa de Ihssan.

-Muy bonito. La una.

-Si sólo son las once...

-La una en España. Acuérdate de las dos horas de diferencia.

-Oui. Va-len-ci-a.

Una calle y dos jardines separan los hoteles de Elena y Lalo. No saben qué decirse; ninguno de los tres. La duda de Elena hecha una madre. El temor de Lalo a hacer de padre en la cama. Sólo un beso en todas las mejillas como despedida. Se aleja Ihssan ciudad arriba mirando la hora falsa de su reloj.

"Tres mil dirhams, tres meses, la carte d´identité de mayor, y llegaré por ese mar caliente a vuestro país. Allí podría ser lo que vosotros quisierais. Aquí soy un hombre. ¿No os gusto? Tres mil dirhams".

Pero el otoño ha caído sobre Agadir, y a la una y media de esta mañana fría de su reloj no es fácil que Ihssan encuentre turistas maduros que quieran hacer de padres generosos con él.

El último libro publicado de Vicente Molina Foix es La mujer sin cabeza (Plaza&Janés)

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