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Todos hablan de impuestos XAVIER MORET

A veces no sé ni de dónde soy ni en qué lengua pienso", confiesa David Mackay con una amplia sonrisa. Y es que este inglés llegado en 1958 a Barcelona está tan integrado aquí que actúa a menudo como un catalán más. Siente Barcelona como algo muy propio y está orgulloso de esta ciudad que él ha contribuido a cambiar desde su despacho de arquitecto, que comparte con Oriol Bohigas y Josep Martorell en un lugar privilegiado: la plaza Real. Consecuente con la nueva Barcelona que trajeron los Juegos del 92, David Mackay vive ahora en la Villa Olímpica y se confiesa encantado. "Es uno de los barrios con más sentido de la comunidad de Barcelona", asegura. "Conozco más gente en la Villa Olímpica que en Sarrià o en Gràcia, donde viví anteriormente". "Llegué a Barcelona por primera vez en 1955, el año de la muerte de Mossèn Batlle", recuerda con unas coordenadas que dan fe de su integración en la sociedad catalana. "En Londres había conocido a Roser Jarque, la que sería mi mujer, y viajé a Barcelona una Semana Santa para verla. El ambiente en la calle era entonces el de una dictadura, pero en la sociedad cultural catalana se respiraba un aire de libertad muy estimulante. Se hablaba de libertad, de democracia...". Tras casarse con Roser en 1958, Mackay, acabada la carrera de Arquitectura, decidió instalarse en Barcelona. "No fueron años fáciles", recuerda. "Por la mañana daba clases de inglés al arquitecto Ribas Piera, después trabajaba con los otros arquitectos Jordi y Lluís Bonet, al mediodía daba clases de inglés en el CIF, por la tarde trabajaba con Bohigas y Martorell y por la noche daba clases de inglés a Víctor Seix". "Entré de inmediato en contacto con la sociedad cultural catalana", explica. "Había empezado a estudiar castellano, pero me di cuenta de que el catalán me sería más útil en el ambiente en que me movía y lo aprendí con Artur Martorell. Sus clases estaban muy bien, porque las ilustraba con fragmentos de obras literarias en catalán". De aquella época, le ha quedado a Mackay el buen recuerdo de las clases de Historia de Cataluña impartidas por Coll i Alentorn en el Casal Montserrat y el interés por dos poetas catalanes Salvador Espriu y Joan Brossa. De este último, llegó a traducir al inglés, junto con su mujer, dos obras breves de teatro para el Festival de Edimburgo. "Hablo mal el castellano", comenta, "y no es por desprecio. Como casi todos los ingleses, tengo problemas para aprender idiomas y con el catalán ya tenía bastante. El catalán era la lengua normal en mi entorno y el castellano lo aprendí en el cine y en los diarios". Mackay es un apasionado de la arquitectura, tema al que vuelve una y mil veces; de la arquitectura y de Barcelona, por supuesto. "Barcelona es hoy un punto de referencia importantísimo en todo el mundo desde el punto de vista urbanístico", comenta con entusiasmo. "Se ha renovado Barcelona y se ha renovado su identidad". Al preguntarle qué le gusta enseñar a los extranjeros que visitan Barcelona, no lo duda. "Si puedo enseñarles un solo edificio éste es Santa Maria del Mar", dice, "además de aconsejarles que paseen por la Rambla. Si son profesionales, les muestro la Villa Olímpica y el Puerto, porque son un ejemplo único en Europa de ciudad realizada a partir de un espacio público. Por otra parte, lo de los museos como el Picasso ya suelen saberlo, pero yo les recomiendo el Thyssen, por el monasterio de Pedralbes y porque es una colección interesante". ¿Nada de modernismo? Mackay tuerce el gesto. "Antes sí, pero ahora ya es tan conocido... Aconsejo a los extranjeros que no pierdan el tiempo contemplando la Sagrada Familia, que para mí es la peor obra de Gaudí. La fachada de la pasión tiene tan poca pasión...". Si ampliamos el espectro de preferencias al marco de Cataluña, Mackay afirma que la ciudad de Barcelona sigue siendo su espacio preferido. Después, el Empordà. "Las tierras están tan cultivadas que me recuerda un poco al paisaje inglés", dice. El referente del Barça como fenómeno integrador lo siguió Mackay durante un tiempo, aunque ahora parece desencantado. "Me interesaba cuando era un espectáculo", dice, "pero no me interesa ahora, que es un negocio. Tenía entendido que el fútbol era utilizado por Franco para distraer al pueblo de los auténticos problemas. Por tanto, me resulta incómodo que continúe con tanta fuerza. En mi opinión, creo que hay dos grandes peligros para la cultura europea: la anticultura de Disney y la anticultura del fútbol". Es evidente que de la sociedad que conoció Mackay a su llegada a Barcelona en 1958 a la actual, hay una gran diferencia, pero el arquitecto lo resuelve con un comentario irónico, muy en su línea de humor inglés. "Antes de las primeras elecciones democráticas nadie hablaba de impuestos", dice. "Ahora todos lo hacen..., como en toda Europa, por otra parte". Aunque Mackay oye hablar de vez en cuando del problema de la lengua en Cataluña, él no lo ve en absoluto como un problema. "No lo es", asegura. "En cambio, para mí, uno de los grandes problemas de la sociedad catalana es la pérdida de la gran cultura progresista que había en el campo de la educación. Si tuviera que apuntar otro, sería la baja calidad de TV-3. No entiendo por qué doblan las películas al catalán. Si se decidieran por los subtítulos en catalán, sería mucho mejor para aprender inglés o la lengua que sea y además para que la gente se acostumbrara a leer en catalán. Es más barato y pedagógicamente más importante". Hay otra cosa que, en el plano político, echa en falta Mackay. "Falta una Generalitat que reconozca la importancia de Barcelona y de su área metropolitana", dice muy convencido. "Barcelona tiene la oportunidad de ser la ciudad favorita de Europa, que ya lo es en parte, pero también sería una capital económica si tuviera las infraestructuras que necesita". Crítico con la renovación de Ciutat Vella (según él, "las nuevas viviendas las hacen arquitectos muy malos... No se ha hecho una buena selección de éstos"), reflexiona: "Después de los Juegos Olímpicos no hemos estado al mismo nivel. Se ha cedido excesivamente al sector privado. Hay una excesiva confianza de que cualquier arquitecto es bueno. Y no es verdad". La nueva frontera del 2004 la observa Mackay con prudencia. "Es una equivocación pensar que será igual que los Juegos. No tendrá la importancia urbanística de los Juegos Olímpicos pero su importancia puede ser más profunda. Creo que dará una sorpresa. Si hay un cambio en la Generalitat, con el equipaje cultural que tiene Maragall, el 2004 será un éxito, sin duda".

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