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José Hierro defiende que la poesía es oral porque se comprende cuando se escucha

El poeta dirige un taller literario en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander

José Hierro es capaz de llenar por sí solo la habitación más vacía. Si además se instala y empieza a declamar, su voz copa el auditorio, y al poco ya sólo queda poesía y una mano libre con la que gesticula y acompaña cada verso -la otra está ocupada en sostener el libro-. Los alumnos del taller que el poeta dirige esta semana en Santander tuvieron ayer la ocasión de disfrutar con un hombre que rebosa energía y que echa el resto en cada palabra que articula. Hierro habló de su experiencia poética, pero sobre todo leyó para su público. Lloró el poeta, y también arrancó lágrimas de la sala.

Plantear cuestiones y luego debatirlas, como se haría en la tertulia de un café, es la forma en la que Hierro entiende que tienen que funcionar las sesiones de sus talleres. En el taller que ha organizado la Universidad Internacional Menéndez Pelayo para estos tres días con el poeta, se vio ayer lo inaudito: el maestro que conminaba a sus discípulos a proseguir las clases más allá de lo estipulado en el horario académico.Hierro leyó siete poemas que luego acompañó de explicaciones sobre la escritura o sobre los sentimientos que le empujaron a crear los textos. Él siempre ha defendido que la poesía es oral porque es al escucharla cuando se comprende. Cuando declama, Hierro vuelve a dar vida a la emoción que le provocó cada palabra escrita, como le sucedió ayer con Requiem ("... cualquier sitio es bueno para morir...", dice un verso), el primer poema que eligió. "Surgió a partir de una noticia de un periódico de Nueva York que contaba la muerte de un inmigrante y que me impresionó mucho. Es un poema de gran confusión, donde aparece la muerte, la idea de España y también un canto litúrgico".

Hierro dice que no escribe de corrido, que medita y vuelve a meditar cada palabra en cada verso. Dice también que escribe "porque siente necesidad de hacerlo, y por nada más". "Escribiré mientras quiera seguir haciéndolo. No me preocupa dejar poemas a medias, no creo que sea una gran pérdida para la humanidad. Escribo sólo por mí", replica en serio ante una pregunta sobre los premios que se suceden este último año.

Una muestra de su modo de trabajar, de su voluntad o su tozudez, es que continúa reescribiendo poemas que pertenecen a Cuadernos de Nueva York (Hiperión), editado hace ya un año, y que quedaron fuera de la compostura final. Es un absoluto perfeccionista que se justifica arguyendo que no da con los términos apropiados, con la palabra que expresa con completa precisión lo que desea contar. "Si los adjetivos no dan vida, matan. No se puede caer en la monotonía. Cada palabra tiene que estar para decir algo", insiste. La preocupación por escapar de adjetivos "de relleno" y la búsqueda de "poesía que no suene a poesía" son las tónicas de su actividad literaria. "Busco un léxico hijo de la precisión, en un tono menor, que no parezca poesía". Y añade después cariacontecido que se considera "un poeta con muy poca imaginación".

Con las mangas de la camisa oscura remangadas, el poeta prosiguió las lecturas después de un descanso tan leve como el aperitivo. Leyó El pasaporte, un poema que recrea las trabas que la dictadura franquista ponía a los intelectuales para salir del país y con el que se emocionó ya sin tapujos, soltó el libro, se tapó la cara con ambas manos y se puso a llorar. Al quite estuvieron atentos los alumnos, y un par de comentarios sobre la lluvia le dieron el tiempo suficiente para rehacerse y bromear: "Son chocheces de la vejez", comentó.

Después de aclarar que nunca escribe en casa ni frente a la naturaleza -"ante la naturaleza, sólo se la puede contemplar"-, el poeta reconoció que "toda pretensión de realismo no es más que pura ficción". Los elogios a la poesía contemporánea tampoco se escatimaron. "Lo grandioso del momento actual es que no hay una poesía, hay muchas, y eso es bueno. Es lo mismo que en la moda: en los años veinte, todas las mujeres seguían un estilo; hoy es igual llevar minifalda que faldamenta. Esa gran libertad puede ser también el origen de una gran angustia".

El último poema elegido por Hierro para cerrar la mañana fue un texto en el que "Antonio Machado tacha de su agenda un número de teléfono", las siete cifras del 2681456, que en el poema corresponden a la casa de Guiomar/Leonor, y que Machado ya no necesitará más porque la amada está muerta.

Al final de las lecturas, Hierro volvió a preguntar a los alumnos del curso si preferían reanudar la sesión de la tarde a las 17.30, como estaba previsto, o iniciar la clase antes. "A las cinco", fue la respuesta.

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