El destino de ser torero
Dicen que se puede ver en bola de cristal, pero no hay bola en la que quepa tanta dificultad. Ninguna figura del toreo llega a través de un camino de rosas, pero hay quien, de la flor, sólo toca la espina. Es el caso de Juan José Trujillo, de profesión torero, por afición, por vocación, por necesidad, porque crees que la vida te ha señalado un camino y te aprestas a cumplirlo a pesar de los pesares.Los modestos han de aprovechar cada día lo que parece el último tren, muchas veces con destino a la nada, y han de hacerlo en inferioridad de condiciones, porque no pueden estar puestos aunque tengan que poner todo lo que tienen.
No se trata de un examen: se trata de luchar por un destino, de enfrentarse a un juez temible que lleva la sentencia en los cuernos. Juzguen ustedes: sale el tercer toro a la arena, a los dos anteriores les han hecho fu por sus condiciones y a éste, que sale contrario, Trujillo lo recibe con un farol de rodillas en el que la res aprieta hacia los adentros.
Cubero / Campuzano, Cepeda, Trujillo
Seis toros de Benítez Cubero, bien presentados, mansos en general, de media arrancada el 3º.Tomás Campuzano: silencio; saludos. Fernando Cepeda: saludos; silencio. Juan José Trujillo: aviso, saludos; oreja con fuerte petición de la segunda. Plaza de La Malagueta, 16 de agosto. Segunda de feria. Menos de media entrada.
Seguidamente, le administra unas verónicas ganándole terreno pase a pase y remata con la media. Toma una vara, se cambia el tercio y coloca un buen par de dentro afuera que se ovaciona. Toma en las manos cuatro banderillas, dos de ellas cortas, coloca un par al cuarteo y, acto continuo, andando hacia atrás, de salida, el segundo al quiebro. A partir de ahí, el duro destino de un toro de media arrancada que se lleva el triunfo por su condición de manso que no da la cara.
El sexto toro, de un salto leonino, le pone los pitones en el pecho nada más salir. El tercer par de banderillas, por los adentros, parecía de imposible salida y pone a la plaza en pie. El torero busca en el tendido a su madre y le brinda la lucha. Esta vez, la mano derecha fue poderosa, embebió las embestidas y las remató abajo. Lo toreó mientras pudo y quiso aprovechar más de lo que pudo antes de volcarse sobre el morrillo dispuesto a apuntillar el destino.
No se trata de una obra sublime, pero sí de valor, de honradez, de torería, de rebelarse contra la inanición taurina, de demostrar que uno quiere y dejar tarjeta de merecido respeto. Es el drama cotidiano de un torero que quiere dejar la modestia y que lucha con las armas que el director del teatro le ha proporcionado. Nada más, pero nada menos.
Tomás Campuzano, en tarde de viento imposible, recibió una ovación cariñosa en reconocimiento a su dilatada carrera. Fernando Cepeda empezó con cante grande, pero pronto se quedó afónico. Sobre la arena, un respeto imponente.
Babelia
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