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Una pastilla de jabón mojada ARCADI ESPADA

Yoonah Kim tenía 24 años y venía de un mundo donde el cambio es una higiene moral. Levantó la cabeza, vio una ciudad de piedra, negrísima, y supo que había llegado a Barcelona. "Recuerdo muy bien el peso de aquella visión. Iba camino de Ibiza, estaba de paso en Barcelona, y me chocó bastante aquella solidez inmutable de las casas y de las cosas. La vida en Oriente siempre se ha concebido como algo mucho más efímero. En Japón las casas se reconstruyen cada 20 o 25 años y casi no hay tiempo para que ennegrezcan". Había nacido en Corea, pero muy pronto llevó en Japón la vida de charnegos que allí suele corresponderles a los coreanos. Cuando aterrizó en Ibiza, conoció a un hombre, se enamoró y se quedó con él. Siempre quiso hacer cosas que no sabía hacer. En 1983 se instaló en Barcelona, donde empezó a trabajar como productora audiovisual, y la subida de la fiebre de 1992 le permitió actuar como una especie de embajadora entre mundos: tarde o temprano, todo japonés interesado en estrechar lazos económicos o culturales acababa hablando con Yoonah Kim, y ésta acababa por resolver todas sus peticiones y problemas. La circunstancia le dio moral y dinero. Hoy diseña páginas web y sigue al frente de Connectart, tal vez la primera revista digital de arte que se editó en España. Después de dieciséis años, ha llegado a dos conclusiones sobre los catalanes, de gran interés. "Pero me temo que no van a coincidir con la opinión general..." Tanto mejor. "No son muy trabajadores..." ¡Terrible! "Es mi experiencia. Me parece muy bien. La vida es muy cómoda aquí. Pero el trabajo no lo es tanto. Los días de trabajo están llenos de puentes, ¡y hasta de acueductos! Los catalanes disimulan: han hecho creer al mundo que trabajan sólo para que no les molesten demasiado y poder seguir con su vida de dioses. No lo critico. Pero me hace gracia el equívoco". Tenía usted otra conclusión perturbadora. "Es un poco la consecuencia de lo primero. Cataluña no es un país rico, o al menos tan rico como creen los catalanes. He viajado, creo que lo puedo decir. Aquí no se produce ni se exporta tanto como convendría. Naturalmente, para lograr este objetivo habría que ponerse a trabajar. Hace unos meses, Yoonah Kim obtuvo la nacionalidad española. Aunque por el momento sigue trabajando. Se trata de una situación anómala: es la primera vez que coinciden su pasaporte y su vida. Desde su infancia japonesa, la extrañeza se le ha hecho costumbre y de ahí la rara invulnerabilidad que desprende: "Soy como una pastilla de jabón mojada", dice, con más resignación que orgullo. Una pastilla de jabón es el equipaje zen del viajero, ese ser sucesivo. Una pastilla de jabón es lo primero que ha de pedir el patriota a su patria. Pero ahora sólo es la piel de Yoonah Kim, al aire de algunos episodios de su vida cotidiana y del racismo suave, elegante y burgués que desprenden. "Tarde o temprano usted me dirá que hablo muy bien el castellano". Es verdad. "Deje de mirarme a la cara y ya verá como no lo hablo tan bien. Llaman a la puerta". Vaya,vaya. "¡Ja,ja! No, sólo digo que a veces llaman a la puerta y preguntan por la señora, y yo digo que la señora no está, y si insisten, digo que la señora nunca pasa por aquí. Los tulipanes". Otra bonita historia. "Simple. Cerca de casa hay un mercado. Yo suelo comprar allí. A veces reparten tulipanes entre las señoras. Siempre me pasan de largo". Nada importante. Verán. Yoonah Kim, una niña coreana, trató de pasar a Japón ilegalmente, escondida bajo las faldas de su abuela. La descubrieron. Parece que por allí había un fotógrafo, como suele ser habitual en las aduanas de cualquier tipo. Cuando las autoridades sacaron a la niña de entre las faldas, el fotógrafo disparó su ingenio. Al día siguiente, el periódico mostró en portada una foto y un titular que hablaba del dolor de la pequeña Yoonah. O sea que se trató de una experiencia muy precoz: "Yo carezco del sentimiento nacionalista. Por supuesto, desde el punto de vista racional me parece una postura despreciable. Pero para mí es algo más. Es que el nacionalismo, lo que llaman ese sentimiento de pertenencia, lo desconozco". La ciudad de piedra negrísima ha cambiado mucho en los últimos dieciséis años. La señora Kim no conoce otra ciudad que haya dado en tan poco tiempo un vuelco tan sensacional y positivo a sus formas. Por lo tanto, le parece que ya es hora de empezar a plantearse las necesarias reformas de su espíritu. Todos estos años ha trabajado en negocios más o menos relacionados con la cultura y ha advertido su carácter fronterizo: la cultura es un poderoso elemento de manipulación política, social, económica, pero también un restaurador infalible de la belleza: "La cultura hace a la gente más guapa", dice convencida. "Pero el progreso de la belleza barcelonesa necesita acabar con el conformismo, necesita el reciclaje continuo de los creadores y dejar atrás, en fin, eso es al menos lo que yo creo, el estilo conservador tan característico de lo que ha sido Barcelona en el siglo que se acaba". Los planes en la vida de Yoonah Kim no van más allá del horizonte de un año. Todo lo demás es futuro remoto. La pétrea y estable sociedad catalana no ha amueblado todavía su cerebro y es improbable que ya lo haga: "El que piense que su vida es segura y permanente...", dice sin acabar la frase, resbalando.

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