Argelia está muy cerca de Alicante
El argelino Djilali Dich recuerda perfectamente el día que llegó a Alicante: el jueves 19 de agosto de 1993. Desde entonces hasta ahora, este licenciado en Márketing ha tenido que compaginar sus cursos de doctorado sobre la empresa en su entorno económico con "trabajos que los españoles no hacen" y lidiar con la incertidumbre a la que se ve sometida el inmigrante al que le faltan documentos. "Cuando no tenía papeles tenía sensación de ser una X y ahora que los tengo, me he convertido en un número", dice. Pero Djilali, que es de naturaleza optimista, ha conseguido salvar las diferencias entre dos ciudades que ve muy cercanas: "No he encontrado grandes diferencias entre Alicante y Orán. El clima es muy similar, no es algo nuevo para mí. Las únicas diferencias son la gente, la lengua, las costumbres... pero la afectividad de la gente no cambia como si te fueras a un país nórdico", señala. "Somos mediterráneos, compartimos una historia. Aquí hubo muchos años de dominación musulmana, en mi ciudad había españoles huidos tras la Guerra Civil... lo que varía es el orden de importancia que damos a nuestros principios", explica Djilali. Pero pese a estas similitudes, reconoce que de Orán echa de menos casi todo. "Nunca valoras lo que tienes hasta que lo pierdes y cuando sales buscas tus raíces para saber quién eres y valoras cosas a las que antes no dabas importancia", afirma. Djilali no puede regresar a su país por el momento, ya que se marchó para no cumplir el servicio militar obligatorio en un momento en que "eso implica asesinar gente". Se queda, por tanto, en España y elige Alicante. "En otros sitios, como Madrid, la vida es más impersonal, nadie se dirige la palabra. Aquí es diferente, es la magia que el mar tiene sobre la gente", afirma. Lo que más le gusta. Las fiestas, tanto las tradicionales como el ocio nocturno. "Aquí se puede trabajar y, al mismo tiempo, disfrutar de la vida", dice. Lo que menos. "Hasta que llegas aquí nunca te planteas que eres diferente", asegura. Y es que aunque nunca ha sufrido la xenofobia de forma directa, Djilali la ha sentido en sus formas indirectas. Es el racismo de las miradas, los gestos, las actitudes. "Entro en una tienda donde hay varias personas y me dejan pasar el primero. Yo me lo tomo a cachondeo y me voy dando las gracias.", bromea. También ha podido comprobar los males de la atribución generalizada de ciertos comportamientos a un colectivo determinado. "Volvía de comprar cargado con cuatro bolsas y una señora que venía de frente se agarró el bolso. Lo único que tenemos en común los inmigrantes es que somos inmigrantes", expone. Lo que más le chocó al llegar. No duda: "La dura vida del inmigrante". Y lo explica: "Se vende una imagen de occidente que es como un sueño y nos pasa como a un pájaro que ve el cielo a través de un cristal, que sólo ve lo bonito y al intentar alcanzarlo, se choca contra el cristal que no veía", explica. También le sorprendió descubrir lo que llama "la historia oculta de Alicante", es decir, los barrios marginales. "Cuando llegas sólo ves lo sofisticado, como el aeropuerto o la Explanada. Yo trabajo con una ONG y cuando vi por primera vez Parque Ansaldo [uno de los barrios más conflictivos de la Comunidad Valenciana] creía que estaba en Bosnia", cuenta. Cómo nos ve. Gente abierta, "quizá porque las principales ciudades de la Comunidad tienen puerto y hay gente que viene y va". Ha encontrado a personas acogedoras y solidarias.
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