Verano
Es verano y vivir es más fácil. Eso dice la vieja canción, y así lo creemos realmente la mayoría de los ciudadanos, que tenemos bastante idealizados los meses estivales por las grandes posibilidades que supuestamente nos ofrecen de gozo, disfrute y divertimento. Gracias a ese intenso proceso de mentalización que desarrollamos durante todo el año, mantenemos en nuestro cerebro todo lo bueno que el verano en general, y las vacaciones en particular, nos proporcionan, olvidando intencionadamente lo que puedan tener de negativo.Casi nunca recordamos, por ello, los días de calor justiciero, el zumbido inmisericorde de las moscas, las picaduras de sus primos los mosquitos, ni los dolores de espalda que tan generosamente nos proporcionan los colchones infames de muchos hoteles y apartamentos de alquiler, en abierto contraste con el amoroso trato de nuestra querida cama.
Tampoco solemos acordarnos del asfalto ardiente derritiéndose bajo los neumáticos del coche mientras soportamos las caravanas de entrada, salida o acceso a los lugares turísticos, ni las frecuentes clavadas en bares, cafeterías y establecimientos en general del sector de restauración, que durante estas fechas consideran a sus clientes como material fungible.
Nada de eso permanece de forma estable en nuestra memoria, o al menos no deja la suficiente huella para hacernos desistir de recaer en los esquemas tradicionales de vacaciones. Así lo constatan encuestas como la elaborada por la Cámara de Comercio de Madrid, que antes de que empezara el verano ya avanzaba que al menos siete de cada 10 ciudadanos de la región abandonarían Madrid en los meses de calor para irse de vacaciones.
Esa tendencia a agotar las libranzas en las fechas veraniegas, lejos de remitir, es cada vez más acusada, según esos sondeos.
Algo parecido sucede con el destino elegido por los madrileños. El 60% de los ciudadanos de esta comunidad mesetaria sigue poniendo rumbo a la costa en cuanto coge el permiso estival. Quieren playa, playa pura y dura, es decir, toalla, sombrilla, silla plegable y chiringuito infecto, con cerveza y calamares congelados. Tampoco hay grandes novedades en cuanto a los lugares de la costa preferidos. Las comunidades de Valencia y Murcia acaparan el 30% de los veraneantes madrileños, y en algunas localidades, como Gandía, Cullera, Benidorm o Torrevieja, la concentración de nuestros paisanos es tan acusada que sus paseos marítimos parecen barriadas de la capital. Le siguen a mucha distancia las costas andaluzas, que atraen al 13,5% de madrileños; las de Galicia y el Cantábrico, en cuyas frías aguas se bañan poco más del 9%, y las de las islas, a las que acuden tan sólo cinco de cada 100.
Este reparto, a tenor de los datos que ofrece la mencionada encuesta, guarda una curiosa relación con los lugares en los que residimos en nuestra comunidad. Así, los más incondicionales de las playas levantinas son los residentes en los distritos del este y el sur de la capital. A la Costa del Sol acuden preferentemente los vecinos de la corona metropolitana, mientras que las playas del norte son especialmente apreciadas por los que habitan en los distritos del centro y noroeste de la capital.
En el censo de veraneantes, y tras los irredentos playeros, figuran quienes, fieles a sus raíces y cuidadosos con el bolsillo, se van de vacaciones a su pueblo. Allí, mucho botijo, mucha huerta, degustaciones abusivas de matanza casera y largas y emotivas charlas nocturnas recordando tiempos pasados. Uno de cada cuatro ciudadanos de la región así lo hace.
Y luego están los que prefieren los parajes montañosos o los pantanos, que representan un 10%. Ellos son los reyes de la excursión, las ampollas y rozaduras en los pies, protagonistas de esas dormidas memorables arropados por una manta ligera, que en la capital durante esta época estaría en el armario oliendo a naftalina. Quedan, por último, los que aprovechan el verano para salir al extranjero. Uno de cada 10 madrileños opta por viajar a tierra extraña y convertirse en guiris. La mayoría lo hace a través de agotadores circuitos organizados, que suelen ser bastante más bonitos en los folletos del mostrador de las agencias que en la realidad. No importa, el año próximo olvidarán las decepciones y repetirán. Son pocos los que saben que Madrid en agosto nada tiene que envidiar a Baden-Baden.
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