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SEMANA GRANDE DE SAN SEBASTIÁN

Una corrida virtual

Fue como un CDRom.Fue como un CDRom de esos que editan a base de unas cuantas generalidades de la fiesta de los toros para que la gente ajena o desapercibida se vaya haciendo una idea, y montan una corrida virtual donde salen los toreros marchosos y pintureros, los toros como si los hubiese pintado Walt Disney, el presidente con cara de funcionariuo cabreado, el público feliz batiendo palmas y gritando olé.

Pues así fue.

En el macizo coso de Illumbe la corrida virtual es lo que más gusta y divierte.

Bien puede entenderse que, con esas, la corrida de toros que se vio no tenía absolutamente nada que ver con una corrida de toros verdadera. En las corridas de toros verdaderas manda la ley que se lidien toros dotados de trapío y los de Illumbe no tenían ningún trapío ni había allí nada que lidiar.

Algarra / Mora, Ponce, Juli Toros de Luis Algarra, sin trapío, pobres de cabeza en general, sospechosos de pitones; flojos; boyantes excepto 3º, manso reservón

Juan Mora: dos pinchazos, estocada corta baja y descabello (ovación y salida al tercio); pinchazo y estocada caída saliendo empitonado (oreja); intervenido en la enfermerida de herida en el hemitórax y otras lesiones, de pronóstico reservado. Enrique Ponce: espadazo enhebrado que sale casi entero por el lado contrario, pinchazo, estocada corta perpendicular -aviso- y descabello (aplausos); media trasera caída, rueda insistente de peones -aviso- y dobla el toro (oreja). El Juli: pinchazo, bajonazo, cuatro descabellos -aviso- y descabello (silencio); pinchazo, otro hondo caído, rueda de peones y descabello (oreja). Plaza de Illumbe, 11 de agosto. 4ª corrida de feria. Lleno. Una corrida virtual

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Tampoco es que hiciese mucha falta. La gente no había acudido al macizo coso a ver toros ni tampoco lidia, sino a solazarse con la marchosa pinturería de los toreros, a ovacionar cuanto se moviera por allí, a pedir música, a ver orejas. Sobre todo a ver orejas. Ver orejas es auténtica pasión en esta España finisecular de toros, toreros y toreo virtuales.

Pocas veces habrá conocido la Semana Grande de San Sebastián un día tan lleno de alicientes: por la mañana, el eclipse; por la tarde, la corrida virtual.

Y lo que aconteció en la corrida virtual, francamente: no es para contarlo. Lo cuenta el cronista y una de dos: o fantasea o puede que alguien le exija responsabilidades. Porque, ¿cómo explicar que siendo los toros monas, los toreros pegapases y las faenas adefesios se acabaran cortando tres orejas?

Quizá todo pudiera comprenderse mediante un sesudo estudio de psicología de masas. O del propio cronista que -ha de reconocer- algunas veces, en el transcurso de estas corridas virtuales, no da crédito a sus ojos y acaba sin poder distinguir la realidad de la vida de lo que sale en el CDRom.

La impresión barruntativa del conjunto de la corrida indica que Juan Mora le montó a su primer toro un zafarrancho de pases inconexos en el transcurso de una faena aleatoria y espesa, sin unidad ni sentido dominador -simplemente a lo que saliera- y parecía mentira en torero tan bueno. Condición que demostró en el cuarto, al que ligó ceñidas tandas de derechazos y de naturales, y precisamente en esa ligazón estuvo su mayor mérito la faena. Al matar resultó arrollado y herido, lo que no le impidió pasear en clamoroso triunfo la oreja ganada, antes de pasar a la enfermería.

Y ya no hubo más ligazón a lo largo de la tarde. Venía después de Mora Enrique Ponce, que debe de ser alérgico al arte de ligar las suertes, por otra parte básico en tauromaquia. Ponce toreaba para afuera. Ponce daba un pase y, al rematarlo, ya había escapado a otro terreno para inciar el siguiente. Su apostura al embarcar era irreprochable mas la descomponía presto y partía raudo en demanda de nuevos horizontes. Así compuso sus dos faenas: vacías de contenido, desligadas, corretonas, interminables. La tauromaquia es evolución: los pegapases de antes han evolucionado a trotapases. Esto, de momento. Y ya ya veremos en el tercer milenio. Torero del tercer milenio por antonomasia es El Juli. Le correspondió en primer lugar un torillo reservón al que porfió pundonoroso y no le hicieron ni caso. Se notaba que el empeño lidiador de un torero valiente no encaja en los objetos del CDRom.

El sexto lo podría haber pintado Walt Disney y a ese El Juli le armó un alboroto con su variado toreo de capa, con sus rápidos, seguros y reunidos pares de banderillas, con su muleteo decidido, incluso arrojado, que evidenciaba el hambre de triunfo. Cualquier observador de la tauromaquia real habría advertido que aquellos pases carecían de fuste y aroma. Pero no se trataba de eso, evidentemente. Se trataba de que se desbordara el triunfalismo. De que los tres matadores contaran con su oreja y por este motivo le regalaron a El Juli una. De que todo acabara bien, como en las películas del Oeste. Lo idóneo habría sido que se casaran al final. Claro que no podía ser, dadas las circunstancias. Pero todo se andará. Para el tercer milenio, eso está hecho.

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