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"Quiero una tierra libre, pero sin que se vaya la OTAN"

Jorge Marirrodriga

"Yo quiero un Kosovo libre, pero no quiero que se vaya de aquí la OTAN", dice Avdiu, un repartidor de leche, a quien una organización humanitaria paga para que la distribuya en Kosovo-Polje, a unos cinco kilómetros de Pristina. Aunque han adoptado como propia la bandera de Albania y se denominan a sí mismos "albaneses", los albanokosovares se niegan a ser comparados con sus vecinos de Albania. Sobre su futuro sólo coinciden en un punto: nunca más volverán a vivir con los serbios, pero a partir de ahí varían las posibilidades. Para unos, espoleados por el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) del autoproclamado primer ministro Hashim Thaçi, lo importante es la celebración de elecciones cuanto antes. Thaçi quiere aprovechar el fuerte tirón del que goza el movimiento guerrillero sabedor de que, cuando pase la resaca de la victoria y se hagan patentes las dificultades, la gente se volverá hacia opciones más realistas, como la del moderado Ibrahim Rugova.La ONU no quiere hablar de cómo será Kosovo en el futuro. "No podemos pensar a largo plazo, tenemos necesidades urgentes", afirma el portavoz de la misión en Kosovo (Unmik), Kevin Kennedy. Por el momento, y además de intentar paliar la situación catastrófica de la región, se conforma con evitar los asesinatos de serbios a manos de albanokosovares y levantar el armazón de la futura administración civil de Kosovo antes de que le tome la delantera el ELK.

Desconocimiento

El desconocimiento de la mayoría de la población de cómo está la situación es sorprendente. "En primavera tendremos elecciones y en dos años entraremos en la Unión Europea", dice un vendedor de tabaco callejero. "¿Quién va a pagar todo lo que hay que construir?". "La OTAN nos dará el dinero y muchos tenemos parientes en Europa, ellos nos ayudarán".De momento, esta precariedad ha provocado que una riada de personas se haya instalado en Pristina procedentes de los pueblos. Al principio no han tenido problemas de espacio, ya que muchos han ocupado las viviendas dejadas por los 60.000 serbios que han huido de la ciudad. Pero ya no hay más sitio y los habitantes del campo siguen llegando. Ahora son los edificios en construcción (sin ventanas ni escaleras) los que se han convertido en la casa de muchos refugiados, quienes las terminan como pueden.

En agosto, las noches ya empiezan a ser frescas y el invierno estará pronto encima con temperaturas de hasta 20 grados bajo cero. "Hay que dar a la gente techo, electricidad y agua antes del invierno", insiste Bernard Kouchner, el administrador general de la ONU, pero lo cierto es que en muchas localidades no ha aparecido nadie para evaluar los daños y mucho menos ofrecer ayudas. "Que nos den las tejas y los ladrillos y nosotros mismos reconstruiremos nuestros techos", se desespera Faik Jetullahu, un agricultor del pueblo de Stanovci Ult, donde las 150 casas de los albanokosovares han sido incendiadas. Al otro lado de la carretera, las de sus vecinos serbios permanecen inmaculadas.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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