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El librero de los prodigios

RETRATOSPío Baroja nació para crear sus personajes. Paradox y sus mixtificaciones, el eterno combate de Zalacain contra la mezquindad o la audacia del capitán Chimista forjaron un continente a medio camino entre la novela y la realidad. El escritor guipuzcoano no conoció a algunos de sus personajes. Eran demasiado jóvenes cuando él murió. El librero y editor José Manuel Padilla es uno de ellos. Su librería, en la céntrica calle sevillana de Laraña, es un oasis de prodigios y artes mágicas en medio de la sociedad reinante de las agencias de viajes, los grandes almacenes, los concesionarios de coches, los teléfonos móviles y las tarjetas de crédito. "No somos una librería al uso. Nos dedicamos a hacer cosas que no hace nadie", proclama Padilla con ese involuntario orgullo que nadie puede ocultar cuando dice la verdad. La mentira tiene mirada de través y sonrisa de conejo. La mirada de Padilla es, en cambio, franca. Y cuando se ríe, lo hace con seriedad, sin que la voz apenas se le quiebre. Para muchos viandantes que se detengan unos segundos ante su escaparate la librería de Padilla emite unos destellos especiales. Los tipos vulgares suelen pasar de largo. La librería es en eso infalible: pocos locales ponen a prueba a la gente con una exactitud tan peligrosa. Los pobres de espíritu no tienen sitio allí. La librería es un imán irresistible para gente de mente no uniformada. En el escaparate fulguran los carteles de frases lapidarias que diseña el propio Padilla y algunos de los más de 200 libros que ha editado. Uno de los escritos del Lapidario para gente non sancta que ha editado Padilla es un buen ejemplo para comprobar la eficacia de sus carteles. En este caso, está dedicado a los individuos que acostumbran a pedir libros prestados. "Cada libro desta bibliotheca es parte de la vida de sus dueños. Non pida prestada vida ajena porque ansí se olvida la propia. Que el diablo hace negocios con olvidadizos y el olvido es la negación de la amistad". Pero libros y carteles son mero aperitivo de lo que Padilla guarda tras el umbral de su negocio. La cueva de Salamanca o algún club de inventos disparatados dejaron su pátina en el lugar. Y hablar de recuerdos de nigromantes y pactos diabólicos como los que se ejercitaban en la cueva de Salamanca no está de más según se enfila hacia el taller. Padilla exhibe allí con orgullo un Diccionario infernal, publicado en 1842 por M. Collin de Plancy. "Habla de brujerías, de talismanes y de cómo escribe el demonio. Es un libro que lo tenemos en proceso de edición", indica Padilla. Una guillotina alemana procedente de Leipzig que pronto cumplirá un siglo relumbra como una extraña máquina bélica. Es un artefacto útil en las guerras de ideas. A su lado hay una cizalla, también de Leipzig, y una maqueta del teatro Lope de Vega con un telón que sube con la precisión de un juguete inquietante. Sólo faltan los enanitos que pongan en práctica los caprichos de Padilla. Todo se andará. Porque el librero es hombre de muchos poderes. Fundada en 1969 -"un año sicalíptico", precisa Padilla-, la librería edita y pone a la venta carteles con las efigies de grandes escritores -Stendhal, Pirandello, Lope de Vega...-, cientos de ex libris, camisetas, postales y cuadernos de un rabioso carácter peculiar. Sólo se pueden encontrar en Padilla, la librería de los prodigios y de las cosas únicas.

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