El festival finés de Kuhmo acaba con un maratón de música de cámara
Tras dos semanas agotadoras para los intérpretes y para el público, el Festival de Kuhmo ha puesto fin a su 30ª edición con uno de sus ya famosos maratones camerísticos la noche del pasado sábado. Casi seis horas por las que han desfilado muchos de los músicos que han protagonizado el casi centenar de conciertos de los últimos días. Éstos se suceden de manera imparable en tres sedes diferentes: el modesto gimnasio de un colegio, la iglesia local y el espléndido auditorio inaugurado en 1993. El primero de ellos, la sede sentimental y emblemática de este festival único en su género, volvió a abarrotarse para escuchar a unos artistas con los que, quiérase o no, se acaba conviviendo estrechamente en esta pequeña localidad finlandesa. El secreto del éxito El secreto del festival es, en apariencia, muy sencillo: intérpretes versátiles y de primera línea, no necesariamente de renombre internacional, dispuestos a formar parte de todo tipo de combinaciones camerísticas y a tocar, con los ensayos justos, junto a músicos a los que ni siquiera conocían previamente. La pericia del clarinetista suizo Eduard Brunner para pasar de un repertorio a otro en más de veinte obras y para integrarse a la perfección en todo tipo de formaciones no puede, por ejemplo, sino causar asombro. Él ha sido uno de los grandes protagonistas de esta edición y el público ha aplaudido calurosamente cada una de sus interpretaciones, en especial su Quinteto para clarinete, de Brahms, junto con el Cuarteto Borodin. Y algo parecido puede predicarse del pianista húngaro Peter Frankl, un auténtico todoterreno y un camerista excepcional. Los músicos rusos cuentan siempre con una buena representación en Kuhmo. Natalia Gutman concluyó entre vítores su serie de las Suites para violonchelo, de Bach. Sus versiones invitan más a la meditación que al abandono, ya que difícilmente admiten una escucha pasiva. El Cuarteto Borodin ha sido el único que ha puesto unánimemente a todo el público en pie con su interpretación del Cuarteto número 13, de Shostakóvich, una obra casi impenetrable. Emociona ver a Valentin Berlinsky, el violonchelista del grupo durante 54 largos años, predicando aún en plenas facultades la verdad y la hondura de esta música. En el capítulo de las sorpresas, muy numerosas, la más agradable ha sido quizá la del joven pianista finlandés Paavali Jumppanen, que estudia aún con Krystian Zimmerman en Suiza y que fue protagonista junto al Nuevo Cuarteto de Helsinki de una versión memorable del Quinteto con piano, de Brahms. Quizá por ser tan jóvenes como el compositor al escribir la obra, han entendido como pocos la dinamita emocional que ésta esconde. El público los premió con una de las mayores ovaciones de estos días y, en cambio, dejó la sala medio vacía y ha aplaudido sólo fría y cortésmente a Kyung Wha Chung, una leyenda del violín de nuestro siglo. La coreana no ha tocado bien y no ha encajado en un ambiente en el que chirrían las actitudes de gran estrella.
Babelia
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