Los toros, por encima de los toreros
Corte / Rodríguez, Caballero, Dávila Toros del Conde de la Corte, bien presentados, excepto el 3º, pobre de cabeza, encastados 1º, 4º y 6º, todos manejables. Miguel Rodríguez: estocada ladeada (vuelta); dos pinchazos, estocada (aviso), descabello (silencio). Manuel Caballero: estocada (petición de oreja); estocada, seis descabellos (ovación). Eduardo Dávila Miura: tres pinchazos, media, seis descabellos (aviso), cinco descabellos (silencio); dos pinchazos, estocada ladeada (aviso), seis descabellos (silencio). Plaza de Azpeitia, 31 de julio. Primera corrida de feria. Lleno.Los toros del Conde de la Corte estuvieron por encima de los toreros. Había que torearlos y estar muy puestos con ellos. No eran los clásicos bobones que les endulzan la vida a las figuras. Al cuarto y al quinto les pegaron duro en varas. El primero y el sexto blandearon. Manuel Rodríguez no pudo con su primero, y a su segundo le instrumentó una faena que tenía mucho de récord de pases y muy poca hondura. Se empeñó, además, en ese cuarto de la corrida en dar el tercer par de banderillas al quiebro, y como no acertó en las tres pasadas primeras, tuvo que utilizar una cuarta pasada para, al fin, cumplir su objetivo. Pero eso hizo que el toro perdiera el son debido. A Manuel Caballero le faltaron verdaderas ganas de torear en su primero, por más que demostrara valor. En cambio, gustó la manera de entender a su segundo toro, enseñándole a embestir. Le buscó el sitio y le pudo torear, una vez dominado los terrenos, con las dos manos en base a una cierta solvencia. Tardó en matar y no consiguió cortar la oreja que había ganado con la calidad de su inteligencia. Asignatura pendiente Lo primero que hay que decir de Dávila Miura es que tiene una asignatura pendiente con los aceros. Ya se sabe que para estar en esto del toro, cuanto menos hay que saber matar y conocer la suerte de descabellar, para poder rematar los toros. No es así, y va el hombre pegando mítines con la cruceta una tarde sí y otra también, del mismo modo tiene que darse cuenta cuando un toro le está diciendo que quiere embestir. El sexto de la tarde parece que iba proclamando al torero que quería embestir, y en su gran nobleza le iba, insisto, diciendo toréame, que soy buen toro. Y el toro, efectivamente, lo era. Cuando llegó a confiarse instrumentó algunos muletazos con largura, con gusto, cargando a la suerte, toreando como hay que torear. A su primer toro, le instrumentó una faena sin demasiada ligazón, muy distanciado, con muy poco relieve. Hay que consignar que a ese tercer toro de la corrida lo toreó bastante bien con el capote. Parece mentira que tratándose de toreros profesionales se lidiara tan mal. Hubo momentos donde imperó la capea, y ya se sabe que cuando hace aparición la capea, los toros se resabian, los hombres de plata pierden el sitio, porque todos quieren aparecer en el ruedo para ayudarse unos a otros.
Babelia
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