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Tribuna:verano 99
Tribuna
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Irse / quedarse

ALEJANDRO LUQUEIrse quedándose. Así encabezó Fernando Quiñones un artículo de despedida a su gran amigo Juan Farina, aquel flamenco que andaba cojo y bailaba sano, de cuya muerte se cumplen ahora dos años. Su propia despedida de la vida la firmó el de Chiclana en el Diario de Cádiz. Llevaba por título Saber irse y encerraba una lección similar: marcharse con la cabeza alta, con entereza y si se puede, con la montera en la mano. Ya lo decía Manolo Vázquez Montalbán en El pianista: se pierde más tiempo intentando ganar que aprendiendo a perder con dignidad. Y la vida es un deporte de riesgo que casi siempre tiene desenlace fatal. El padre del inmortal Carvalho pasó por los encuentros que organiza cada verano la Fundación Alberti, en El Puerto, y sugirió la urgente conveniencia de imponer el catalán como lengua oficial en Cataluña. Montalbán aparte, en los cursos y simposios estivales cada vez pesan más los nombres sonoros y las vacas sagradas que los verdaderos contenidos a estudiar. Tal vez por eso, este año los de la Fundación Alberti, coordinados por Gonzalo Santonja, han experimentado un lamentable decrecimiento de público. Sólo el mexicano Arturo Azuela, que veneró con justicia a Emilio Prados en su centenario, y Antonio Hernández, que todos los veranos se escapa a Cádiz a descansar con un balcón al mar como condición sine qua non, destacaban en el cartel junto al charnego Vázquez Montalbán. El Noni Hernández, como le llaman sus amigos más veteranos -es público que sus enemigos se aplican en llamarle de todo, menos bonito- fue el primero en dolerse por la pérdida de Claudio Rodríguez, quien apadrinó a su hijo Miguel y con quien compartió en muchas ocasiones el don de la ebriedad y las claras del día. "Te has ido. No te vayas. Tú me has dado la mano", escribió hermosamente el zamorano hace más de 25 años. Y eso mismo hubo de recitar Antonio Caña y su gente de Maíta Vende Cá ante la desaparición coincidente y silenciosa de su mentor, el Joaqui. Claudio Rodríguez lega un trono, su sillón de la Academia, y una obra en verso sin desperdicio ni fisura. El Joaqui, chispeante personaje isleño, catedrático emérito de la vida, demostró por último que es posible irse de este mundo convertido en canción.

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