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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Érase una vez

Érase una vez una ciudad muy bonita llamada Madrid, la cual tenía un precioso parque, a veces bosque, tan grande casi como otra ciudad. En él había un lago, zonas con columpios, diferentes especies de animales y, pegadito a él, un maravilloso parque de atracciones casi seguido de un bonito paque zoológico. Todo era un privilegio para disfrute de quien lo visitara. Todo esto podía observarse desde un largo recorrido en teleférico. A este parque lo llamamos Casa de Campo. Pues bien, un buen día de primavera, mi familia y yo, perritos incluidos, fuimos a dar un paseo por la Casa de Campo. Entrando en el parque, en el que se puede disfrutar de la naturaleza a pleno pulmón, aunque se echen en falta algunas fuentes de agua potable, dicho sea de paso, a escasos metros de distancia, nos quedamos extasiados al contemplar tan maravilloso paisaje. Los árboles, la hierba, todo estaba verde; era un verde brillante, por lo cual resaltaba aún más el colorido de todas aquellas flores. Eran flores de todos los colores y variedades que brotaban del suelo; y, bajo un magnífico cielo azul salpicado de aves, mariposas y algún que otro bichito, corrimos todos con un cierto complejito de heidis y nieblas saltando por los verdes prados de los Alpes suizos.Al llegar allí, a punto de tirarnos al suelo, casi paramos en el aire quedándonos atónitos y desengañados, sintiendo a la vez un cierto repelús. Nuestra risa enmudeció, pues el sitio tan maravilloso en el que íbamos a jugar no estaba cubierto de flores, sino de clines y de preservativos usados. Desde el lago hasta Pozuelo, pasando por el Parque de Atracciones, el Zoo y algunos pequeños parques infantiles, en cuyos columpios no había ningún niño, en cuyos bancos sólo pasaban algunas mariposas siempre rodeadas de cierto tipo de pájaros. Un continuo movimiento de coches "masculinos", llamativos sonidos de voces femeninas.

Nos adentramos, por fin, a muchos metros, quizá kilómetros, hacia el corazón del bosque, y nos sentimos libres y de nuevo felices. Corríamos, saltábamos; las flores eran flores. Los pájaros, aves que volaban bajo el cielo. Las mariposas nos alegraban con su bonitos colores. Los conejitos saltaban alegremente de un lado a otro. Estábamos en el paraíso; qué paz, qué tranquilidad, qué sosiego y qué sed..., ni una fuente. De pronto, todo se volvió oscuro. La historia se repetía, pero esta vez todo era del género masculino.- .

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