Los extremos del jazz conviven entre los cubos de Moneo
Bailes del pasado y músicas del futuro en la segunda jornada
Como queriendo prolongar la polémica de los que siguen estando a favor o en contra de los cubos inclinados de Moneo pero, al final, acaban disfrutando críticamente de su presencia y enseñándoselos con orgullo a sus vecinos que no tienen nada parecido que criticar, el Festival de Jazz programó, precisamente dentro y fuera de esos cubos, una segunda noche en la que convivían casi desafiantes los dos extremos más encontrados del jazz.Las propuestas más libres y las puramente revivalistas marcaron el segundo capítulo del 34 Jazzaldia pero nadie desenterró el hacha de guerra. La polémica entre estilos divergentes brilló por su ausencia en una velada de convivencia pacífica y, supuestamente, enriquecedora. Los seguidores de uno y otro jazz se fueron cruzando a los pies del Kursaal en un constante y rítmico ir y venir de un escenario a otro. Unas 2.500 personas se movieron bailando a lo largo y ancho del nuevo espacio parcialmente ganado al mar mientras el alcalde, Odón Elorza, paseaba también su contagiosa sonrisa entre los cubos de cristal ya sin miedo a que pudieran caerle sobre la cabeza. Una única entrada (2.500 pesetas) permitía acceder a las dos terrazas y a la sala de cámara del nuevo auditorio, inaugurada hace unas semanas aunque la obvia precariedad de los accesos y los albañiles casi lo contradijeran.
Al aire libre se sucedieron los conciertos de talante revivalista y bailongo nostálgico plagado de las exhibiciones acrobáticas tan de moda en los últimos tiempos entre jóvenes que han encontrado en el swing una última válvula de escape para acabar el milenio en paz. Al mismo tiempo, el magnífico cubo pequeño acogía tres actuaciones más arriesgadas. Siete conciertos en total plagados de interés y rematados por un Ravi Coltrane soberbio cuya presencia por sí sola ya hubiera justificado toda la velada.
Hijos de famoso
Antes de que el hijo de John y Alice Coltrane (¡segundo hijo de famoso en dos días de festival!) ocupase el escenario del cubo pequeño pasaron por allí los Boum Fellinis, que a cada escucha se muestran más tópicos y menos rompedores, y un combinado vasco-valenciano-catalán que ofreció un magnífico concierto: el pianista Iñaki Salvador y el contrabajista Gonzalo Tejada recibieron en su casa al saxofonista valenciano Perico Sambeat y a los catalanes Carme Canela y David Xirgu, cantante y batería, respectivamente.
El saxofonista Ravi Coltrane trascendió la memoria de su padre mostrando una personalidad madura al servicio de un jazz prospectivo y musculoso. Comenzó revisitando Round midnight para después zambullirse en su propia y demoledora música. Composiciones de las que apabullan, como un punch en la boca del estómago que te clava en la butaca y te pone a bailar todas las neuronas.
En el exterior, en cambio, el baile, la constante unificadora de la noche, era muy diferente: más vitalista y con toques de pura exhibición pero, eso sí, contagioso. Abrieron fuego los franceses Tuxedo Big Band mostrando su habilidad para leer las viejas partituras y transmitir su contenido swingante. Secundaron por momentos a la cantante Charmin Michelle, un valor en alza, y sirvieron de base para un grupo de bailarines acrobáticos.
En el escenario contiguo, el británico Ray Gelato ejercía por milésima vez como sosias de Luis Prima. Una propuesta demasiado vista y que ya no encandila como los primeros días pero que, aún así, atrapó a 2.000 personas. Inmediatamente después los valencianos de la Sedajazz defendieron un latin jazz suave y efectivo. La presunta implicada Sole Jiménez actuó como voz invitada demostrando una gran sensibilidad para los ritmos más acariciantes pero sin entrar nunca en pormenores jazzísticos. Cerrando el Jazz Band Ball las huestes del Smithsonian Institute recordaron la época gloriosa del Cotton Club.
Babelia
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