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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Despedida y cierre JAVIER CERCAS

Javier Cercas

Todo empezó hará cosa de un año y medio. Por un golpe de suerte recibí en herencia un piso y, con lo que saqué de su venta, alcancé a pagar por los pelos a mis acreedores, de manera que pude seguir viviendo en esta ciudad sin tener que salir cada día de casa disfrazado de Charly Rivel. Pero hace unos meses un amigo me informó de que, si antes de diciembre no había comprado otro piso, tendría que pagarle a Hacienda más de tres millones de pesetas. Al día siguiente, cuando salí del hospital bastante recuperado ya del soponcio, me puse a buscar piso. Por entonces se acercaban las elecciones municipales y, como uno aspira ante todo a ser un ciudadano ejemplar y no duda por tanto de la honestidad de los políticos (pues quien lo hace no es más que un demagogo irresponsable), no me cupo ninguna duda de que lo encontraría sin tardanza, porque no había un solo programa electoral que no prometiera el acceso a una vivienda digna. Desde entonces he pasado por más de diez agencias inmobiliarias y he visto no menos de 60 pisos. No soy un experto en el mercado inmobiliario barcelonés, pero creo haberme hecho una idea. Este periódico la confirmaba el otro día: "El precio medio de los pisos en Barcelona se dispara y alcanza los 29,5 millones de pesetas", rezaba un titular. Mi experiencia me asegura que el titular se queda corto. Lo cierto es que, si deciden ustedes comprar un piso medio, tendrán que contratar con su banco una hipoteca de al menos 33 millones (30 del piso más 3 de gastos de compraventa); y eso suponiendo que su banco tenga la generosidad de no extorsionarlos -que ya es suponer-, lo que significa que acabarán pagando al mes no menos de 160.000 pesetas, más por supuesto los gastos de escalera y contribución. Total: 170.000 pesetas. Pónganse ahora en la piel de un buen burgués que cobra un sueldo del montón, que tiene una mujer y un hijo y que de vez en cuando se compra algún libro, porque no está dispuesto a convertirse en un analfabeto: este servidor de ustedes. ¿Me quieren contar cómo se pueden pagar 170.000 pesetas al mes sin aficionarse a la práctica del ayuno? Pero supongamos -no es mucho suponer- que últimamente me estoy poniendo como un botijo y decido someterme a un salvaje régimen de forraje y liarme la manta a la cabeza y pedir la hipoteca. ¿Qué es lo que se puede comprar en Barcelona por 30 millones? Bien. Lo habitual es un agujero de unos 80 metros cuadrados, con tres habitaciones sin apenas sol y con ventanas que dan a patios de luces pestilentes, donde resuenan las toses de los vecinos. Les aseguro que hay cosas mucho peores, pero no quiero ponerme truculento. Ése es el tipo medio de piso que yo he visitado durante meses, sin atreverme a mirar a la cara a mi mujer, pensando que mi hijo se me iba a morir de tristeza y de escorbuto encerrado en una de esas covachas infames, y pensando también en los políticos y los demagogos y, sobre todo, en Ernesto de Aguiar y Josep Maria Huguet -esos dos héroes de nuestro tiempo-, y maldiciendo los golpes de suerte, que no anulan el azar. Un día en que estaba considerando la posibilidad de entregarme a Hacienda esposado de pies y manos como ciudadano ejemplar, un agente inmobiliario, que no pudo aguantarse la risa al decirme el precio de uno de esos cubículos y que debió de verme muy mal, me dio un consejo de buena persona. Al día siguiente llamé a un amigo, y una semana más tarde ya me había comprado, por menos dinero del que cuesta uno de esos desdichados zulos, una casita limpia, con luz y espacio suficiente y hasta con un jardín con barbacoa: el sueño de todo buen burgués. Así que me largo a mi pueblo. La ciudad no es para mí. Viviré en el campo. Dejaré de respirar mierda. Dejaré de oír las toses de mis pobres vecinos y de oler las pestilencias de los patios de luces. Dejaré de oír villancicos por las calles, en Navidad, y de insultar durante todo el año a los retrasados mentales que no respetan los pasos de cebra. Montaré en mi jardín fiestas infantiles en las que apareceré disfrazado de Charly Rivel, aunque mi mujer se esconda detrás de la barbacoa para no verme. Tendré largas conversaciones con las vacas. Dejaré de salir por las noches y de hacer el golfo. Dejaré de fumar y de beber y de drogarme, y me convertiré al catolicismo, como John Irving, e, igual que Irving, me dedicaré a hacer deporte y escribiré novelas tan largas como las suyas. De vez en cuando volveré a Barcelona, pero sólo para saludar a los amigos estrujándoles las manos; así verán que estoy hecho un mulo. Mientras tanto, sólo puedo desearles que pasen un feliz mes de agosto; aprovéchenlo, porque ya saben lo que nos espera a la vuelta. Bueno, a unos más que a otros; je, je.

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Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.

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