Carta abierta a Romano Prodi
Señor presidente: los próximos cinco años serán decisivos para la construcción europea, y usted mejor que nadie lo sabe. Pues o logramos poner definitivamente en marcha la Europa política o la involución hacia un espacio económico euroatlántico comenzará a ser irreversible. Las voluntades y los intereses que empujan en esa dirección son muchos y poderosos, y el euro no es, contra lo que se pretende, un seguro proeuropeo a todo riesgo. La dramática experiencia de Bosnia-Herzegovina, donde casi dos años de moneda común -el marco bosnio-, lejos de haber facilitado la convivencia de las tres comunidades, han visto perdurar el odio y han consagrado la dentellada como el modo privilegiado de la relación intercomunitaria, estan ahí para alertarnos.Sobre todo cuando de puertas adentro la situación no nos es favorable. Pues, contrariamente a lo que muchos medios de comunicación han pretendido, esta Comisión no es ni la que las circunstancias requerían, ni la que seguramente usted y, en todo caso, los europeístas históricos hubiéramos deseado. Ya que no sólo los Estados miembros han impuesto, sin ninguna consideración a la lógica europea común, aquellos candidatos que convenían a las exigencias partidistas de los gobiernos, sino que además los grandes países se han adjudicado las carteras más relevantes para las opciones de sus políticas nacionales y mundiales. Poner en manos de Alemania, con su imperativa vocación centroeuropea, el tema de la ampliación, y entregarle el presupuesto, con su obstinado propósito de recortarlo, no augura nada bueno ni para los países mediterráneos del norte y del sur, ni para el mantenimiento de las políticas de cohesión en el seno de la Unión Europea. Confiar al Reino Unido la reforma del funcionamiento de la Comisión, cuya práctica administrativa es totalmente ajena al modelo anglosajón, y entregar las riendas de la gestión de su política internacional al país que se alinea siempre con los Estados Unidos es proponerse ganar la carrera de los 200 metros vallas con los pies atados. Que ningún país, ni de primera ni de segunda, haya querido asumir la educación y la cultura, tan fundamentales para el porvenir de Europa, es, por lo demás, desalentador.
No comparto la opinión de quienes descalifican a la Comisión por su especial grisura. Pienso, por el contrario, que es un buen exponente de la clase política de los Estados europeos, que, si bien no cuenta con grandes personalidades, se sitúa en cambio en una aceptable áurea mediócrita de competencia y eficacia. Claro que en nuestra sociedad mediática le hubiera venido bien a la malparada imagen de la Comisión la presencia de algunos vendedores con glamour, tipo Emma Bonino o Jack Lang, de conocido perfil pro-Europa. Pues lo más preocupante, con todo, es la tibieza europea de sus nuevos miembros, muchos de los cuales se han distinguido por su fervor nacionalista en su carrera hacia Estrasburgo-Bruselas. Eso para no citar al más escéptico de los euroescépticos de su tierra, hoy feliz miembro del ejecutivo comunitario. Con esos mimbres, señor presidente, tiene usted que construir el cesto europeo del siglo XXI, contribuir a la reforma institucional de la Unión y acometer la urgentísima reforma administrativa de la Comisión. Pues es imposible que 6.000 funcionarios puedan administrar eficazmente un presupuesto de 92.000 millones de euros, moviéndose en una enmarañadísima selva de comités y de controles y en un clima de desconfianza y temor que la actitud del Parlamento Europeo y la demisión del Colegio de Comisarios han llevado a la desmoralización total. Una Comisión cuya relación entre el presupuesto a gestionar y los gastos de esa gestión es inferior al 2%, ni puede funcionar ni es un verdadero cuerpo autónomo, sino el secretariado de alguien: del Consejo de Ministros. Hacia lo que muchos empujan con todas sus fuerzas. Pero usted esta ahí para impedirlo, pues la Comisión es hoy la principal expresión y el principal instrumento de la voluntad comunitaria.
Para represtigiarla y para redinamizar a sus funcionarios, sabe que cuenta con la vigilante solidaridad de los europeístas españoles.
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