_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Modernidad

Rosa Montero

Albricias: los españoles podemos enorgullecernos de haber alcanzado al fin la modernidad. Ahora somos tan desarrollados y tan prósperos que incluso tenemos bandas organizadas de racistas que se dedican a apalear a los extranjeros al sutil e inteligente grito de "¡putos moros!". Con un poco de perseverancia en el empeño linchador, incluso acabaremos montando nuestro propio Ku-Klux-Klan ibérico. Como los norteamericanos de las películas de Hollywood, qué gozada. Antes, cuando éramos un paisito pobre de emigrantes, los españoles estábamos convencidos de que no éramos racistas. A decir verdad, no es que no lo fuéramos, sino que ni siquiera habíamos tenido la oportunidad de planteárnoslo. Al margen de los gitanos, a quienes siempre hemos tratado a cantazo limpio, los españoles llevábamos siglos encerrados con nosotros mismos dentro de una sociedad muy homogénea. Ahora, en cambio, con el desarrollo y la riqueza, las puertas de la inmigración se han abierto y han empezado a aparecer por nuestro país todos los colores de la piel humana.Ante lo cual los españoles, reaccionando heroicamente como un solo hombre, hemos decidido ser tan abiertamente racistas como los ciudadanos de los demás países posindustrializados. Y así, apaleamos marroquíes en Terrassa, pedimos el cierre de una mezquita en Bañolas, desalojamos gitanos rumanos a porrillo. Lo estamos haciendo condenadamente bien. Ya no cabe duda de que pertenecemos al club de las naciones poderosas: porque no hay mejor demostración del propio poder que el hecho de machacar al que es más débil.

Hace unos días, en las playas saturadas de bañistas de Miami, los guardias de fronteras estadounidenses entablaron una batalla campal, o mejor dicho, naval, contra unos balseros cubanos que querían llegar a tierra. Les mantuvieron alejados con mangueras de agua a presión y productos químicos. Debió de ser una escena formidable; me imagino a los turistas en bañador, oliendo a aceite de coco y a protector solar, tan entretenidos ellos con la pelea. Tal vez podríamos hacer nosotros algo parecido en Tarifa con las pateras: avisar a los turistas, poner sillas. A fin de cuentas, es el espectáculo de la modernidad en su apogeo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_