Educado para ser un hombre bueno
¿Cuán lejos hubiera llegado? Ha habido siempre la tendencia a ver a John F. Kennedy Jr. como John-John, el sobrenombre que le puso la prensa cuando era un niño en la Casa Blanca. Quienes estaban fascinados por la idea de John -John, veían al adulto como un joven frívolo que se dejaba llevar por los placeres de la vida. De hecho, J. F. K. Jr. detestaba el apodo y no era un hombre que se sientiera a gusto con una vida placentera. Valoraba su privacidad y desdeñaba la autopublicidad defensiva.Educado en colegios privados, el joven John Kennedy acudió a la Universidad de Brown, donde pareció contemplar una carrera como actor, pero después cambió de opinión y estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York. Trabajó para Robert Morgenhau en la oficina del fiscal del distrito, tuvo problemas para aprobar, frecuentó locales nocturnos y su nombre apareció en las páginas de cotilleo. Era un joven extraordinariamente guapo, irresistible para las mujeres. La gente lo descalificaba como un peso ligero encantador.
Se protegía. Debajo de esa pose había un tipo honrado, con un alto sentido de la responsabilidad y del legado que representaba. En cualquier caso, los Kennedy han madurado siempre tarde. Una vez coincidí con él en un vuelo a Washington. Acudía a una reunión en la Casa Blanca sobre el problema del acceso a la educación superior de los jóvenes de los barrios marginales. Hablaba sobre ello con un sorprendente conocimiento y entusiasmo. Estaba realmente preocupado por los jóvenes, los incapacitados y los vagabundos. Su instinto natural era hacer el bien, aunque algunos piensen que lo hacía por publicidad.
Inventó George aplicando la fórmula Vanity Fair a la política. Adoraba el trabajo editorial, le gustaba mucho hacer entrevistas con todo el mundo, desde George Wallace a Fidel Castro; amaba la variedad y la complejidad de la política norteamericana. Su gente lo admiraba y lo adoraba. Pero uno sentía que éste era un trabajo transitorio. Parecía ir derivando hacia la política. Su padre había empezado como periodista, una buena introducción al laberinto político. Creo que adivinaba una evidente oportunidad y reconocía su responsabilidad dinástica. Estaba destinado, me parece, al liderazgo político. Estaba tan decidido como su madre a proteger su vida privada. Ésta es la razón por la que aprendió a pilotar un avión. Cuando viajaba en vuelos regulares los pasajeros le hacían preguntas y le pedían autógrafos. Se sentía agobiado. Cuando obtuvo el permiso se sintió libre para viajar. No era un piloto descuidado. Es una puñalada más en el corazón de Estados Unidos. Hay ecos de tragedia griega en la sucesión de golpes caídos sobre una misma familia. La noche en que murió John Kennedy un amigo acompañó a su hermano Robert a la habitación y le oyó llorar y gritar: "¿Por qué, Dios?". Más tarde, el propio Robert escribió: "Los inocentes sufren; ¿cómo puede ser posible que Dios sea justo?". Para esta familia la fe es el último consuelo. Como cierta vez dijo el presidente Kennedy en una conferencia de prensa: "La vida es injusta".
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