Inflación incierta
El IPC de junio ofrece peores expectativas de las esperadas. Aunque los precios no se hayan movido durante el mes y la tasa anual de inflación se mantenga en el 2,2%, resulta que la inflación subyacente -la que avanza la tendencia futura al descontar los elementos más volátiles, como la alimentación fresca y los combustibles- se resiste a bajar y por cuarto mes consecutivo su tasa anual está en el 2,5%. Los precios de los servicios siguen subiendo -0,4% el mes pasado-, sin que, al parecer, tal circunstancia provoque la menor inquietud en el equipo económico del Gobierno, a pesar de que su tasa anual está ya en el 3,5%. El Gobierno insiste en un mensaje optimista. Su portavoz, Josep Piqué, aseguró ayer que la inflación española en 1999 estará por debajo del 2%, y el secretario de Estado de Economía, Cristóbal Montoro, se felicitó por la moderada evolución de los precios y destacó el efecto que las medidas liberalizadoras de abril "están teniendo en la contención de los precios". Hay que celebrar este optimismo, pero es difícil encontrar razones que lo justifiquen. La subida de las gasolinas a finales de junio se trasladará al IPC de julio; el encarecimiento del crudo va a eliminar una ventaja decisiva en la formación futura de los precios; las materias primas importadas tienden a encarecerse; los costes salariales repuntan suavemente, y no aparece por parte alguna el efecto beneficioso de las liberalizaciones, si no es en la bajada del 0,9% en los medicamentos. Además, no se reduce la distancia con los países más estables en precios de la UE. El IPC de junio no sólo no ha despejado las dudas sobre las tensiones inflacionistas en ciernes, sino que contribuye a reforzarlas.
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