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Pristina se enfrenta a la reconstrucción en medio del caos y la inseguridad

La OSCE promete iniciar la formación de la nueva fuerza de policía a mediados de agosto

Jorge Marirrodriga

Pristina regresa con dificultad a la vida. Las calles de la capital kosovar se llenan cada día de personas que pasean aprovechando el calor estival mientras piensan y conversan sobre cómo rehacer sus casas y sus vidas. Algunos vuelven cada mañana a los puestos de trabajo de donde fueran expulsados en 1990 por decreto del hoy presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic. No tienen nada que hacer, pero ese síntoma de normalidad les da aliento y esperanza.

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El 60% de los 200.000 habitantes que tenía Pristina antes de la guerra ya ha regresado, según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Son vecinos que desean echar una mano en la reconstrucción de su ciudad, pero que también representan un problema. Casi un mes después de la expulsión masiva de casi un millón de civiles hacia Albania y Macedonia, la ocupación de Kosovo por la fuerza de estabilización de la OTAN (Kfor) ha invertido la riada humana. Ahora regresan de la misma forma en que se fueron: a pie, en tractor o automóvil, y con escasas pertenencias. No son los únicos que quieren entrar en Kosovo. En la frontera con Macedonia, en Blace (donde llegaron a hacinarse hasta 60.000 personas que huían de la persecución de los paramilitares serbios), se forman hoy atascos kilométricos. Decenas de camiones se alinean en la calzada con toda clase de mercancías destinadas a la reconstrucción. Los materiales más valorados son los ladrillos, las maderas y, especialmente, los cristales para reponer las lunas de ventanas y escaparates destrozados, bien durante la represión o por la onda expansiva de las bombas lanzadas por los aviones de la Alianza Atlántica.

En los mercadillos de Pristina los tenderetes están atestados de clavos, martillos, destornilladores, pomos para las puertas y cerraduras; casi todos los objetos proceden de Macedonia y vuelan de las manos de los comerciantes. Por las carreteras que conducen a la capital kosovar circulan cientos de tractores con volquetes cargados hasta arriba de fardos de heno. En los campos, los agricultores tratan de recuperar el tiempo y la tierra, y los comercios de la ruta renacen con parsimonia faltos de bienes y vituallas que vender. Incluso las gasolineras necesitan reparación urgente.

"Las cosas no van tan rápido como deberían; la reconstrucción tendría que acelerarse", dice Vaid Açifi, un albanokosovar que vivía en Serbia "con menos problemas de los que la gente se cree" y se ha trasladado a Pristina al olor del negocio. Según Açifi, "la ONU se tiene que quedar en Kosovo y luego ya se verá".

Los habitantes de Pristina sostienen que ahora gozan de más seguridad, pero, tras la euforia inicial por la liberación, empiezan a echar en falta una fuerza profesional de policía. "El tráfico es un caos. No hay alumbrado público, y volver a casa en cuanto anochece ya no es seguro", relata Sabedin Berisha, un comerciante. No hay guardias y nadie se molesta en respetar los semáforos. Los soldados de la OTAN protegen, fuertemente armados, los accesos a los edificios de organizaciones internacionales, la televisión, la radio (ninguna emite) y los hoteles, impidiendo el paso a cualquiera que no posea una acreditación. A pesar de que los británicos -que controlan Pristina- han tenido un relativo éxito en evitar el desorden, no se descarta que la Kfor imponga el toque de queda en la capital kosovar.

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Cada semana llegan a Kosovo personas de diferentes nacionalidades que formarán parte de una fuerza de policía provisional hasta que se constituya una policía local capaz de imponer el orden. Su formación es una de las principales preocupaciones del noruego Knut Vollebaek, presidente de turno de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE). "Nos esforzamos en llenar el vacío de poder creado en Kosovo. Asumiremos la responsabilidad en el entrenamiento de los policías y llevaremos a cabo la reconstrucción inmediata de la Academia de Policía de Pristina, que probablemente entrará en funcionamiento a mediados de agosto", promete.

Mientras la OSCE cumple sus promesas, los habitantes de Pristina prefieren recogerse en sus casas al anochecer.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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