_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

LA CASA POR LA VENTANA Una objeción a conciencia JULIO MAÑEZ

Hay por ahí un sujeto de cuyo nombre no quiero acordarme lo bastante psicótico para dar a la imprenta un panfleto, de nombre Fetópolis, ya me dirán, en el que se le ocurre ni más ni menos que novelar -es un decir- la vida de una comunidad compuesta por los fetos que no llegaron a ver la luz que nos alumbra por la maldad de sus madres al interrumpir su embarazo. Como es natural, en el grotesco relato toda esa multitud de fetos vivientes y ya algo creciditos han triunfado en la vida, de manera que el que no es ingeniero o arquitecto es experto en informática, con lo que se trata de instruirnos por la acreditada vía del chantaje emocional sobre la pérdida de posibles lumbreras que implica el traumático recurso a la renuncia de una maternidad indeseada. El autor, un meapilas vocacional, utiliza nombres ficticios para los personajes de su empanada psicofascista, con lo fácil que le habría resultado autentificar su enfermiza imaginación apelando a los homínidos de postín en ejercicio que todos conocemos, y lo cierto es que esa cosa en forma de libro tiene gran predicamento entre los colectivos dados a embroncar al personal en defensa de la vida a cuenta de trucajes de fotos de fetos hermosísimos que zampan bollycaos a media tarde mientras sonríen a sus madres asesinas suplicándoles clemencia. Antes de que el lector se pregunte -que no creo que lo haga- a qué santo viene esta monserga (cuando debería perpetuarse a cada instante sin necesidad de pretextos de calendario), diré que viene exactamente a cuento de una información publicada en este periódico por el compañero Jaime Prats, según la cual sólo una -una- de las más de 5.000 interrupciones de embarazo practicadas en nuestra comunidad durante el año pasado tuvo lugar en un hospital público. Quienes consideren que la cifra de intervenciones expresa una permisividad intolerable no tienen razón para alarmarse, ya que en el año anterior no se practicó ninguna, por lo que la única que se realizó en el 98 puede deberse a un error que tal vez ya están purgando sus responsables. Los médicos objetan, como es natural (y hasta cierto punto es comprensible que lo hagan cuando han visto en la pantalla del ecógrafo a un ser vivo en vías de formación), pero curiosamente lo hacen mucho más en la pública que en la privada, y también curiosamente en mayor proporción desde que Eduardo Zaplana ganó sus primeras autonómicas. No es exagerado suponer que se trata de una objeción selectiva del personal sanitario, estimulada tal vez en los últimos años por el deseo de mantener la sintonía con los actuales responsables políticos de la sanidad pública. Lástima que la figura del objetor deba su fama mayormente a quienes se negaban a hacer la mili y a esos equipos médicos que escogen la sanidad pública para mostrarse más escrupulosos con su conciencia que dispuestos a colaborar en el remedio de un grave y urgente problema de salud a cuenta de la seguridad social, que para eso está, y que no se haya extendido a profesionales de tanta incidencia pública como inspectores de Hacienda, promotores de obras, políticos adictos al funambulismo y columnistas venales, maleducados, histéricos o simplemente bobos. Pocos escrúpulos de conciencia adornan la voluminosa figura de ese Martin Bangemann, comisario europeo de Industria y Telecomunicaciones, que se ha dejado querer por el inquietante y emprendedor Juan Villalonga para fichar por Telefónica sin objetar gran cosa y que, tacita a tacita, ha conseguido acumular nada menos que tres millonarias pensiones con vistas a su jubilación en pago de unos servicios que, como es lógico, el buen señor se resiste a abandonar. Pero tampoco hay que cebarse en este Ronaldo de la construcción europea, a la que se puede pedir lo que se quiera con tal de no reclamar nada. Aquí mismo, parece que tendrán derecho a una sustanciosa pensión de por vida aquellos parlamentarios que hayan demostrado la habilidad de mantenerse en el cargo durante un par de legislaturas, es decir, de seis a ocho años como máximo. Astuta medida guisada y comida sin objeción alguna por sus señorías, destinada a recompensar como merece el esfuerzo de tantos representantes del pueblo al darle al botón electrónico una o dos veces por pleno al año, y que garantiza la incorporación masiva a las nobles tareas políticas de quienes no tienen nada que perder excepto el escaño. Y Ciprià Ciscar la mar de entretenido dando pasos hacia atrás en pos del gran salto hacia adelante, un tanto a la manera del chico de Nino Bravo que camina sin cesar detrás de la verdad. Siempre detrás.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_