Pedían el carné
Los toros de José Cebada Gago -menudos eran- pedían el carné. Saltaban embravecidos a la arena y en cuanto se encontraban con un torero le mugían: "La documentación". Y el torero la tenía o no la tenía. El único que pareció llevar la documentación en regla era Pepín Liria y para demostralo fue y al segundo Cebada Gago le cortó una oreja. A sus compañeros de terna, en cambio les debía faltar algún papel. Manuel Caballero tenía caducado el carné y lo que necesita es renovarlo pues lleva un tiempo en el que no se le notan las ganas de ejercer el oficio de torero. De los Cebada Gago no se fió ni un pelo. No es que los Cebada Gago llevaran mala intención sino que sacaron casta, y a un torero poco seguro de sí mismo esto de la casta le estremece, le aflige y le encocora.
Toros de José Cebada Gago, con trapío y bonita estampa, muy bien armados, flojos aunque ninguno se cayó, con casta y la mayoría también nobleza
Manuel Caballero: estocada corta atravesada perdiendo la muleta (silencio); estocada corta ladeada (bronca). Pepín Liria: estocada -aviso- y dobla el toro (oreja); estocada corta trasera caída y rueda de peones (ovación y salida al tercio). Dávila Miura: estocada corta y rueda de peones (silencio); pinchazo y estocada delantera perdiendo la muleta (silencio). Plaza de Pamplona, 9 de julio. 5ª corrida de feria. Lleno.
Causaban extrañeza las precauciones que tomó Manuel Caballero para capotear y para muletear, pues siempre fue diestro valiente; no se concebía la pobreza de sus recursos lidiadores que le ponía a merced de todas las embestidas y todos los achuchones, pues siempre fue diestro de técnica acreditada. Embarullado el desabrido capoteo y tirando líneas durante el torpe muleteo, no cuajó ni un pase, sufrió desarmes, al cuarto le anduvo por la cara y fracasó estrepitosamente.
Tampoco Dávila Miura consiguió torear a los Cebada Gago ni por lo fino ni por lo sólido. Ligero el pie para echar el paso atrás, azaroso en la composición de las tandas, poco templado y nunca reunido, se metió en la porfía de los derechazos sin que ninguno le saliera medianamente bueno. Dio la sensación de que el primero de su lote sacó nobleza y por eso no se explica. Claro que si se tiene en cuenta la casta brava con que el toro desarrollaba esa nobleza, ya se explica mejor.
Se esperaban de Dávila Miura unas formas de más ajustado academicismo, el aroma de la torería que desgranó en distintos cosos. Hasta que saltara a la arena el sexto Cebada Gago quedaban abiertas las esperanzas. Mas apareció el sexto Cebada Gago y fue peor. Toro de cuajo y trapío, tomaba los engaños con inquietante seriedad fruto de su encastada codicia. No bastaba ponerse a pegar pases; sino construir la faena con sentido lidiador, embarcar las embestidas mediante el empleo de esa regla básica que consiste en parar, templar y mandar. Dávila Miura, sin embargo, volvió a los derechazos; a pegarlos al albur de lo que saliera, que fue poco y mal conformado. Gran desilusión para quienes habían ponderado el gusto interpretativo de su toreo en otros pagos. Claro que una cosa es el toro inválido habitual por ahí, otra Pamplona y los cebadagago.
A un Cebada Gago le cortó la oreja Pepín Liria. Ese toro, de bellísimo pelaje cárdeno romero, dio en mansear clamorosamente y escapaba a la querencia de las tablas, más aún a la del propio chiquero, que oteaba asomando el cabezón por encima de la barrera. Por las trazas, el arromerado cárdeno sólo estaba a gusto en aquella zona caliente donde se mezclaban los olores del ajoarriero y del tinto que llevaban de manduca los mozos de las peñas, con los de vaca y boñiga propios de la raza que se cocían dentro del toril.
Pepín Liria advirtió de qué iba la vaina y al amor de la querencia le plantó cara y le sacó faena al manso. Faena valerosa y torera, por naturales primero y derechazos después. Faena en la que destacaron tandas ligadas y ceñidas, con sus abrochados pases de pecho, y al ver aquel fuste y aquella entrega los cercanos mozos de las peñas rompieron a gritar "¡Pepín, Pepín!". El defecto de Pepín-Pepín fue no acabar a tiempo, pasar de faena al toro, que acabó gazapón y no quería cuadrar. Le vino por este motivo un aviso, mas no impidió que se pidiese por aclamación y le concedieran con justicia la oreja del manso.
El quinto de la tarde, de impresionante arboladura, ya tenía distinta condición, por supuesto de encrespada bravura, y Pepín Liria encontró menos facilidades para torear según mandan los cánones. De manera que le aplicó un muleteo esforzado y corajudo, de tandas vibrantes y cortas, con sus molinetes y todo, que volvieron a provocar el clamoroso pepineo. Esta vez no hubo oreja porque al "¡Pepín-Pepín!" siguió el "Paquito el chocolatero", que cuenta con mayor solera sanferminera, y a los mozos se les olvidó pedirla.
Quedó claro, sin embargo, que Pepín-Pepín tiene ganado el título de torero mientras los restantes espadas de la terna iban indocumentados. En el examen de los Cebada Gago, con su trapío, con sus astifinas defensas, con sus hermosas capas, con su casta brava, se llevaron unas calabazas así de hermosas.
La corrida de hoy, 6ª de feria: toros de Adolfo Martín para Tomás Campuzano, Miguel Rodríguez y Javier Vázquez. A las 18.30.
Babelia
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