De la corte a la cartuja
Un paseo por la ruta histórica que comunicaba El Paular con la capital a través del puerto de Morcuera
A principios de siglo, los fúcares que gastaban automóvil en Madrid podían ir de un tirón al monasterio de El Paular por la carretera de Francia hasta Lozoyuela y de aquí por otra de tercer orden -la actual M-604- hasta Rascafría; ruta que, aun siendo la única apta para coches, era más que suficiente para los cuatro que había. El grueso de la ciudadanía, empero, debía pegarse un madrugón para tomar a eso de las seis el ferrocarril de Cuatro Caminos a Colmenar Viejo ("un tren de vía estrecha simplemente abominable por lo antiartístico y sucio", según un viajero de 1918), donde dos horas después se enlazaba con la diligencia que iba a Miraflores, para luego subir a pie o a caballo al puerto de la Morcuera y aún bajar 13 kilómetros por camino de carretas -el Camino Viejo de Madrid- hasta las ruinas de la cartuja, consumándose así una jornada de sol a sol que se parecía más a la huida a Egipto que al inicio de unas vacaciones. Una vez en El Paular, La Justa aposentaba a todos por igual -los que habían hecho 96 kilómetros como duques y los que habían andado 70 en malas condiciones- en las celdas que los monjes habíanse visto obligados a desalojar en 1835, cuando la desamortización de Mendizábal. Asiduos de aquellas soledades, al alborear la centuria, fueron los poetas Enrique de Mesa y Enrique de la Vega, Ramón Menéndez Pidal, los hermanos Baroja, los Troyano-De los Ríos y otras familias próximas a la Institución Libre de Enseñanza, que convirtieron la decrépita cartuja en un foco de cultura estival equiparable a la Magdalena o El Escorial.
La apertura de la carretera de Cotos a Rascafría, en 1926, y la de Miraflores a Rascafría, en 1932, facilitó tanto el acceso a El Paular como el olvido del antiguo camino. Un olvido paliado en parte por la señalización, hace apenas un lustro, de una ruta verde para ciclistas y caminantes que asciende desde el cenobio hasta el puerto de la Morcuera siguiendo los pasos de aquellos ilustres veraneantes.
La ruta -jalonada con 28 estacas en las que figuran las siglas RV-6- arranca frente al monasterio de El Paular, cruzando el Lozoya por el puente del Perdón, que es una primorosa obra barroca de tres arcos con dovelas abocinadas, tajamares de planta triangular y tambores cilíndricos rematados con balconcillos en voladizo. No hay pérdida posible: se trata de una pista vedada al tráfico y asfaltada durante los primeros mil metros, justo hasta el área recreativa Las Presillas, cuyas piscinas naturales atraen a tal gentío que casi hay que pedir la vez para remojar el zancajo.
La ruta continúa por pista de tierra sin ofrecer duda alguna, por lo menos hasta llegar a la baliza número cinco, en que deberemos tirar a la izquierda por el desvío que asciende zigzagueando por los Robledos, monte de roble melojo (Quercus pyrenaica) que, en la juventud de sus ejemplares, denota el intenso aprovechamiento de que ha sido objeto mediante la corta a matarrasa; esto es, a ras de suelo. A una hora y media del inicio, en la baliza 10, se nos presentará la opción de bajar a la izquierda, por camino sin señalizar, al arroyo del Aguilón, cruzarlo por un puente de madera y remontar su curso otra media hora hasta dar con las imponentes cascadas del Purgatorio -la mayor de las cuales tiene 15 metros de altura-. En este caso, la vuelta a El Paular la efectuaremos por la senda que desciende en todo momento por la margen derecha del arroyo. Si no elegimos esta opción, seguiremos subiendo por la pista principal, en lo sucesivo por pinar, hasta desembocar dos horas más tarde en la carretera de Miraflores a Rascafría, a poco más de un kilómetro de la Morcuera. A sólo 300 metros, carretera arriba, está la fuente dedicada a Cossío -fundador, junto con Giner, de la Institución Libre de Enseñanza y habitual de El Paular-, que además de aguas riquísimas da vistas a todas las cimas del valle del Lozoya, señoreadas a poniente por el macizo de Peñalara.
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