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En la recta de las autonómicas JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

La constitución de los nuevos consistorios no ha deparado sorpresas salvo algún pacto contra natura (Tortosa, por ejemplo) y algún ruidoso conflicto de familia (Palafrugell, pongamos por caso) sólo explicables en clave local por los odios africanos que a veces genera el roce cotidiano en la vida municipal o en el pequeño mundo interior de los partidos. La solemnización en Barcelona del pacto de izquierdas puede minimizarse por lo que tiene de continuidad. Y así lo harán nacionalistas y populares desde una disminuida oposición. Pero en política son siempre relevantes las variaciones contextuales. Y en este caso hay por lo menos dos novedades significativas: una, de calendario; otra, de relaciones de fuerza. Por razón de calendario, el pacto de izquierdas de Barcelona (y de otras ciudades catalanas) se escenifica a unos meses de las elecciones autonómicas, lo que le da un valor añadido: pone de manifiesto que hay una alternativa realmente posible a la actual coalición de gobierno nacionalista si los ciudadanos optan por el cambio. Y esto constituye un factor de psicología electoral sumamente importante: la conciencia de que hay equipos solventes para que el relevo se realice sin riesgo es siempre una condición previa indispensable a la alternancia. Las relaciones de fuerza que salieron de las elecciones dejaban a los socialistas manos libres. El buen resultado de Clos y su equipo, con 20 regidores (el doble que el segundo clasificado, CiU), da al pacto una singularidad: no es un acuerdo por necesidad, sino por voluntad política. No se trata, por tanto, de reunir los escaños necesarios para gobernar, sino que es la expresión de un proyecto común de los partidos de izquierda para gobernar Barcelona. En este nuevo marco el pacto de izquierda adquiere evidente relevancia prospectiva. La propia dirección de Esquerra probablemente niegue valor a las extrapolaciones. Esquerra ha hecho de la equidistancia su posición táctica, aunque en la práctica haya una sensible decantación hacia la izquierda, porque entiende que le permite atrapar votos en diversas direcciones. No deben olvidar que la potencial condición de bisagra es muy agradecida hasta el momento en que se empiezan a quebrar las fidelidades. El electorado desconfía de los partidos erráticos. Dejemos aparte el factor republicano porque en este terreno todos los partidos han olvidado sus principios, pero si contemplamos el factor Esquerra y el factor nacionalismo, habrá que proponer a Carod un juego de cálculo objetivo para evaluar a qué lado (a la derecha nacionalista o a la izquierda catalanista) se obtiene mayor número de puntos de afinidad ideológica, con qué aliados sus electores sienten menos el desgarro de la infidelidad. En cualquier caso, las municipales dejan en el punto de partida de la carrera electoral autonómica un mensaje explícito: la alternativa es posible. Lo cual garantiza algo importante: las elecciones serán competitivas. Clos ha puesto a Maragall ante la hora de la verdad: le ha llenado el depósito de gasolina hasta los topes, ahora Maragall debe demostrar que es capaz de llegar hasta la meta en primer lugar. Pero estas elecciones dejan otros apuntes de interés en perspectiva de futuro: la herencia de los largos mandatos y la eterna discusión sobre pactos y listas más votadas. El caso Sabadell puede ser tomado como un ejemplo de las consecuencias catastróficas de un mandato carismático demasiado largo. Farrés se ha ido y a sus espaldas nace un consistorio endiablado que no augura buenos tiempos para la ciudad. No es sólo imputable a Farrés lo que ahora ocurre, sino a la incapacidad de los partidos políticos, incluido el suyo, de construir sucesiones y alternativas solventes. Estos líderes que desbordan el marco de su partido nunca dejan soluciones razonables para los suyos. Inconscientemente pesa en ellos el yo o el caos. Pero la oposición ha de ser capaz de construir proyectos ciudadanos sólidos que puedan tomar el relevo con solvencia. Las burocracias partidarias, como demuestra el caso de Sabadell, son la mejor garantía para que nada sólido crezca en los eriales de una oposición incapaz de abrir rendijas al sol durante los años que pasó a la sombra del liderazgo carismático. Los pactos: en cada elección aparecen los argumentos a favor o en contra de los pactos que quitan la victoria a la lista más votada. Los partidos cambian de argumento según les ha ido en el baile. Aznar, desautorizando a Piqué, rechazó la reforma legal que algunos piden: "Lo que no se puede plantear es que uno es partidario de la reforma cuando se hacen pactos en su contra, y no es partidario cuando se hacen a su favor". Llegar primero en unas elecciones no quiere decir forzosamente disponer de una amplia mayoría de apoyo. La ley debe otorgar la alcaldía a quien sea capaz de construir una mayoría suficiente de representantes de los ciudadanos. Atribuir un plus de representatividad a la lista más votada añadiría un elemento más de corrección de la voluntad popular. ya de por sí muy rectificada por la discutible ley de Hondt. La norma dice lo que es legal, lo demás es política. Y la política tiene una forma de sanción: el rechazo electoral. Los partidos que en sus alianzas vayan más allá del sentido común tienen muchas posibilidades de ser castigados por los electores en el futuro. El límite de las alianzas lo da el olfato político: saber interpretar la decisión del electorado y calcular el precio que se puede pagar mañana por conquistar ahora una pequeña cuota de poder. Los políticos no deben refugiarse en la modificación de la norma, deben hacer política, que es lo que a menudo olvidan. En este sentido, en la perspectiva de las autonómicas la escenificación de un pacto de alternancia tendría su significación. No es lo mismo quedar segundo en solitario sin haber presentado a los electores propuestas de pacto que quedar segundo pero sumando más que el primero si se añaden los resultados de otros partidos que los ciudadanos saben antes de ir a votar que son los potenciales aliados. Los municipios están constituidos y ya enfilamos la recta de las autonómicas.

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