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URBANISMO INTERNACIONAL

El manifiesto de Oriol Bohigas

El padre espiritual de la nueva Barcelona argumenta los logros y contradicciones del modelo elegido

El modelo Barcelona no ha sido un plan urbanístico teorizado y cerrado desde los primeros años ochenta, sino más bien un conjunto de ideas bien asentadas que luego han sabido jugar hábilmente la partida del pragmatismo, adaptándose a las múltiples demandas de una ciudad como la capital catalana. En el acto de entrega del premio del RIBA, el pasado día 23, Oriol Bohigas trazó una síntesis de esas ideas sobre las que vale la pena detenerse, pues hasta la fecha no habían sido formuladas con tan explícita voluntad de manifiesto.

Bohigas partió de la constatación de que la ciudad es un hecho político y, como tal, cargado de ideología y de práctica política. El hecho de que los tres alcaldes de la Barcelona democrática pertenezcan a un mismo partido -socia-lista- ha permitido, en su opinión, una estabilidad y continuidad en los proyectos que ha facilitado una transformación coherente de la ciudad, concebida como el lugar propio de la civilización contemporánea. Partiendo de esa concepción, en términos físicos "la ciudad es el conjunto de sus espacios públicos", escribe el arquitecto. "Debo advertir que cuando hablamos de espacio público no nos referimos solamente a los espacios urbanos, sino también a la inserción de la arquitectura en los servicios colectivos".

Pero ese espacio urbano es realmente público en la medida en que resuelve dos cuestiones: la identidad y lo que él llama "la legibilidad". La identidad consiste en plantearse cualquier intervención en relación con su entorno inmediato; no con la ciudad pensada como un sistema global y unitario, sino como una suma de sistemas relativamente autónomos: "Entender la ciudad como una suma de barrios creo que ha sido uno de los criterios básicos en la reconstrucción de Barcelona". "Pero no se trata sólo de la identidad del barrio, sino de la propia identidad representativa de cada fragmento del espacio urbano, es decir, de la coherencia de su forma, su función, su imagen. El espacio de la vida colectiva no puede ser un espacio residual, sino un espacio significativo, proyectado, minuciosamente diseñado".

Por lo que se refiere a la "legibilidad", las intervenciones han de respetar una sintaxis y una morfología que el ciudadano pueda comprender sin dificultad. "No se trata de reproducir textualmente las morfologías históricas, sino de reinterpretar aquello que hay de leíble y antropológicamente conformado en la calle, la plaza, el jardín, el monumento, la manzana, etcétera. Seguramente seré acusado por muchos urbanistas pretendidamente innovadores de conservador, reaccionario, anticuado. Pero quiero insistir en que la ciudad tiene un lenguaje propio del que es muy difícil escaparse. No se trata de reproducir las avenidas hausmannianas, ni las calles de las cuadrículas del XIX, ni las plazas barrocas, ni los jardines de Le Nôtre o de Capability Brown. Se trata de analizar, por ejemplo, cuáles son los valores centrípetos de las plazas, cuál es el poder plurifuncional de una calle alineada con comercios, cuáles son las dimensiones que han permitido el establecimiento de las tipologías más frecuentes. Y se trata de comprobar cómo el abandono de esos cánones provoca la muerte de la ciudad".

Para evitarla, prosigue el arquitecto, hay que abandonar la estrategia de los planes urbanísticos generales: "Hay que dar un paso adelante en la exigencia proyectual. Hay que definir concretamente las formas urbanas. Es decir, en vez de utilizar los planes generales como documento suficiente, hay que imponer los proyectos urbanos puntuales. Si me permiten decirlo exageradamente, diría que hay que sustituir el urbanismo por la arquitectura. Hay que proyectar el espacio público -es decir, la ciudad- punto por punto, área por área, en términos arquitectónicos". "Durante estos últimos 30 años, los planes generales han justificado en toda Europa la disolución de la ciudad, su falta de continuidad física y social, su fraccionamiento en guetos, y han facilitado la criminal especulación del suelo no urbanizable. Y además, han falseado la participación popular, cuyos criterios, lógicamente, no pueden alcanzar más allá de la dimensión del barrio".

"Ya sé que estos últimos años han aparecido muchas voces defendiendo la ciudad difuminada, informalizada de las periferias como el futuro deseable y previsible de la ciudad moderna. La ville eclatée. Esta posición me parece extremadamente equívoca. Las periferias no se han construido para atender los deseos de los usuarios. Han aparecido por dos motivos que corresponden a los intereses del capital de la promoción pública o privada y a la política conservadora: rentabilizar especulativamente el valor de unos terrenos que estaban fuera de las áreas urbanizables y segregar de la colectividad ciudadana a los grupos sociales y las actividades que molestaban a las clases dominantes". A modo conclusivo, dos dudas sobre la calidad arquitectónica de los planes urbanísticos. Por un lado, la arquitectura está obligada a dar servicio al ciudadano, pero en tanto que arte debe plantearse como innovación. "La buena arquitectura no puede ser sino una profecía en lucha contra la actualidad. Servicio actual y profecía contestataria es el difícil dilema que debe resolver la buena arquitectura".

Dos modelos, pues, aparentemente irreconciliables: la arquitectura que aparece en las revistas especializadas y la real, la que se practica a diario en suburbios, zonas turísticas, márgenes de autopistas y centros comerciales, que es "una arquitectura muy mala, la peor de la historia". Esta falta de calidad se debe principalmente, en opinión de Bohigas, al hecho de que los grandes proyectos no son capaces de proponer ya "modelos metodológicos y estilísticos" a seguir.

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