Sinfonías y merienda en la hierba
"Dondequiera que miro veo un renoir". Lo dijo la mujer del compositor alemán Paul Hindemith en 1961, y aún hoy conserva toda su vigencia a poco que uno se dé una vuelta por las zonas de césped de Ravinia, contemplando la atmósfera campestre-musical más colorista que se puede imaginar. Familias de todas las razas y credos, con bebés en carrito y la merienda a punto, escuchando ensimismadas en absoluto silencio a Mozart o Brahms; parejas cariñosas tumbadas sobre una manta arrullándose con Haydn de fondo; lectores solitarios en sillas plegables con la música y un vaso de buen vino como acompañantes. Todo rezuma espontaneidad, hedonismo, libertad, amor a la música y, sobre todo, amor a la vida. Una imagen de la felicidad posible al alcance de ocho dólares para los adultos y cinco para los jóvenes. Es aconsejable acercarse a Ravinia en tren desde Chicago, a menos de una hora. La atmósfera del festival se percibe ya en el tren, con el despliegue de neveras portátiles, cestas de pic-nic, globos y especialmente con el tono animado de unas conversaciones en vísperas de la fiesta musical.
Al concierto con visera
La indumentaria es, en líneas generales, informal, se esté o no en el césped. Lo que en Europa sería una extravagancia, asistir a un concierto en pantalón corto, visera y zapatillas deportivas, aquí está perfectamente aceptado. Algunos artistas se encuentran especialmente motivados con este tipo de comunicación. Los Yo-Yo Ma, Perlman o Miriam Fried no fallan nunca. Entre los españoles, la más incondicional es Alicia de Larrocha, que este año vuelve a actuar un par de veces, una de ellas en la gala benéfica del 14 de agosto, un desfile de estrellas con Isaac Stern de maestro de ceremonias. Hay varios restaurantes, pero lo más frecuentado es la merienda en la hierba. El segundo libro de recetas, Noteworthy 2 para pic-nic en Ravinia, ha aparecido no hace mucho, ante el éxito apabullante en ventas del primero. Las flores sobre las mantas, las velas al anochecer, ayudan a crear un clima mágico.
¿Y si llueve? ¿Y si hay desbandada? Es lo que este cronista se preguntaba mientras se acercaba al recinto para escuchar el segundo concierto de esta temporada de la Sinfónica de Chicago con Yo-Yo Ma interpretando los conciertos de violonchelo de Haydn y Schumann. La lluvia era incesante, pero las dudas se disiparon nada más llegar. Inmensos paraguas de colores y chubasqueros protegían a los 10.000 melómanos concentrados. El efecto producía una sensación de complicidad si cabe aún más emocionante que en los días de sol. Cuando Yo-Yo Ma desplegó las primeras notas del concierto de Haydn, años después de que en este mismo lugar se tocase por primera vez, por Jacqueline du Pré y Daniel Barenboim, la lluvia no importaba a nadie. Fue una interpretación memorable con una orquesta de lujo, una dirección matizadísima de Eschenbach y una entrega ejemplar del solista. Renoir sigue vivo; Haydn (y Schumann, y Brahms), también.
Babelia
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