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FERIA DE SEGOVIA

Un esperpento

La corrida fue un esperpento y sin embargo se cortaron cuatro orejas, Espartaco salió a hombros por la puerta grande, a Curro Romero no le tiraron almohadillas ni nada, ningún toro fue devuelto al corral... ¿Cómo se explica eso? Ya se sabe que todo es según el color del cristal con que se mira. Si el color del cristal lo eligieron los taurinos -el presidente era uno de ellos- la corrida se vio de color de rosa y fue una maravilla de la creación. Si lo eligieron incoloro y traslúcido los aficionados, lo que se vio a su través daba ganas de vomitar.

A lo mejor había que poner el espejo cóncavo que decía don Ramón María del Valle Inclán y entonces todos contentos. A la vida tal cual es se le pone delante un espejo cóncavo y sale distorsionada, grotesca, esperpéntica; luego si a una corrida esperpéntica, grotesca, distorsionada, vomitiva y todo eso, se la pone delante el espejo cóncavo, sale la corrida de toros tal cual es o debería ser. Muy agudo ¿verdad?

Aldeanueva / Romero, Espartaco, Mora

Toros de Aldeanueva, impresentables, anovillados o tipo eral, inválidos -el 4º moribundo-; 5º con alguna viveza; dóciles. Curro Romero: pinchazo, metisaca, pinchazo en el cuello, pinchazo y descabello (silencio); pinchazo, estocada corta perdiendo la muleta y saliendo perseguido, y descabello (silencio). Espartaco: estocada (dos orejas); bajonazo descarado y rueda de peones (oreja); salió a hombros. Eugenio de Mora: bajonazo (aplausos y salida al tercio); estocada corta y rueda de peones (oreja). Plaza de Segovia, 29 de junio, 2ª corrida de feria. Dos tercios de entrada.

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Espartaco, feliz, y Curro Romero, insatisfecho

El problema es que la afición no acudió a la plaza con espejo cóncavo, ni siquiera el convexo; con un puro, a lo mejor. Y según iban saltando a la arena los supuestos toros no daba crédito a lo que estaba viendo. Los llegan a anunciar erales y también hubiese sido una exageración. Pero no era eso lo peor sino que los desnutridos animales deambulaban desnortados, rodaban por la arena.

Con los toros desnutridos, azarosos e inválidos, salía Curro Romero y daba la figura del legionario. Salía Espartaco, se ponía a pegar pases y aquello parecía la Ford. Salía Eugenio de Mora, ensayaba las suertes fundamentales y era como si se operaba pues no producía la más mínima emoción.

Se duda que le importara a nadie lo que pudiera acaecer en el ruedo pues estaba claro que en el ruedo no podía pasar nada digno de mención. Eliminados los sobresaltos, excluido el riesgo, impensable cualquier percance de los toreros -salvo que a alguno le diera la tos-, quedaba la posibilidad del arte. Mas ¿quién traía el arte?

Espartaco no iba a ser, salvo prodigio, y se dedicó a la tarea de pegar pases. Como si hubiese hecho una promesa a la Virgen, se puso a pegarlos con inagotable fruición y voluntariosa entrega. Y allá que se fue, con su primero, por derechazos, por naturales, ahora el circular de frente, a renglón seguido de espaldas, y cuando ya parecía concluida la faena, hizo así y empezó la segunda parte. De manera que tiró del mustio eralito hasta el centro del redondel y volvieron los derechazos, uno de rodillas, pases de pecho empalmados... Mató de estocada, el público pidió una oreja y el presidente concedió dos. Así, de golpe, por el expeditivo procedimiento de sacar dos pañuelos a la vez. Y se quedó tan ancho.

La segunda faena de Espartaco se produjo a toda velocidad. Debió de ser a causa del toro, que embestía. Semejante rareza hubo de sorprender al diestro, que la emprendió a derechazos y naturales, tan corajudo como crispado y se pegó la gran sudada. Finalmente perpetró un feo bajonazo y el taurino del palco le regaló otra oreja para la que no hubo suficiente petición.

A lo mejor el espejo cóncavo lo tenía el presidente y estaba viendo allí la corrida. Si se miró también él mismo, comprobaría que salía bien guapo, y que parecía un presidente de verdad.

Los presidentes taurinos y triunfalistas suelen justificarse diciendo que si conceden orejas es porque lo pide el público. Pero esto sólo cuenta para las orejas. Pues si lo que pide el público es el toro íntegro, se ponen a hacer el Don Tancredo y ahí se las den todas.

Los toros de Curro Romero fueron ruidosamente protestados por su invalidez y los mantuvo en la arena. Con todo el tupé. Al primero de ellos Curro Romero le dio unos muletazos resueltos con horrendos enganchones, y al otro se los porfió bravamente, tenazmente, dando la estampa de Lagartijo y Frascuelo constituidos en comando suicida.

Digamos, no obstante, que ese otro toro, cuarto de la tarde, estaba muerto. Perneaba, mas muerto debía estar pues caía exánime. Al recibir un picotazo rodó patas arriba. Al sentir la punción de un par de banderillas, se desplomó y hubieron de incorporarlo tirándole del rabo. Al ver a Curro Romero trasmutado en Lagartijo y Frascuelo perdía el conocimiento.

Eugenio de Mora se esforzó en los derechazos y los naturales con similar género y la verdad es que apenas nadie le hacía caso. Aún no tiene leyenda, ni siquiera novela y la gente no encontraba fundamento para decirle olé. Una estocada en la yema le valió la oreja del sexto toro, que tampoco pidió el público con demasiado calor. Y fin.

Mora y la oreja regalada, Espartaco escenificando una apoteosis que no se había producido, Curro manteniendo vivo el mito con su grotesca actuación, los tullidos toros hechos carne sospechosa para el consumo humano eran el resto de la corrida esperpéntica, acaso una tomadura de pelo, testimonio surrealista del toreo del absurdo.

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