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LA CRÓNICA Nuestra pasión exigente PEDRO ZARRALUKI

Entrar en la correspondencia entre dos escritores es una forma de leer desde dentro. Si los escritores son Octavio Paz y Pere Gimferrer -un discípulo que crecería como poeta carta a carta hasta convertirse en amigo y consejero-, la experiencia puede ser realmente excitante. Pero vamos por partes. A finales de 1968, un barco procedente de Nueva Delhi recaló en el puerto de Barcelona. En él viajaba Octavio Paz. Había trabajado en el servicio diplomático mexicano hasta su renuncia, en octubre de aquel año, a causa de la represión del movimiento estudiantil en su país, que culminó con la matanza de la plaza de las Tres Culturas. El Gobierno acababa así con los disturbios antes del inicio de los Juegos Olímpicos, que estaban a punto de inaugurarse. Un grupo de amigos esperaba al dimisionario Octavio Paz en el muelle del puerto de Barcelona. Entre ellos estaban Carlos Barral, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. También un joven al que nunca había visto en persona pero con el que mantenía correspondencia desde hacía cierto tiempo: Pere Gimferrer. Cenaron en un restaurante próximo a la casa de Jaime Gil de Biedma, que oficiaba de anfitrión. A partir de entonces, la incipiente relación epistolar entre Paz y Gimferrer se prolongó durante tres décadas, hasta la muerte del poeta mexicano. Esa correspondencia acaba de ver la luz en una edición propuesta por Marie José Paz, viuda del poeta, y preparada por el propio destinatario de las misivas: Memorias y palabras, cartas a Pere Gimferrer 1966-1997 (Seix Barral). El martes pasado se presentó el libro en Barcelona. Gimferrer subió a la tarima aureolado de su permanente aire aterido. Este poeta padece un frío interior con la misma intensidad de la Emmanuelle Béart de Un corazón en invierno, comparación que probablemente no le resultará odiosa. Oficiaban de acompañantes y contertulios Basilio Baltasar y Félix de Azúa, seducidos ambos por los secretos de las amistades antiguas. El primero explicó que el epistolario presentado era la evocación de dos ausencias: la de Octavio Paz, que se había ausentado de la vida, y la de Pere Gimferrer, que se había autoexcluido del libro. La respuesta de Gimferrer fue concisa y bella: "Cuando me carteaba con él yo no me oía a mí mismo. Lo que oía era la voz de Octavio. Éste es su libro". Félix de Azúa, tras improvisar una apasionada defensa de la improvisación, leyó un texto que había preparado con la precisión y claridad que se han convertido en su sello de marca. En él agrupaba a los poetas en dos grandes tendencias. Por un lado estarían los encuadrados en el espíritu renacentista, cuyas voces procederían de la propia tradición poética en su sentido más universal y plurilingüe. Frente a ellos, encontraríamos a los poetas románticos y nacionales. Para estos últimos la propia lengua sería la emanación de un espíritu trascendente, y los poemas deberían tanto o más a ésta que al poeta que los compuso. Así, Azúa, además de cumplir con los deberes de presentador, planteaba un interrogante a los presentes, que es lo que más le gusta: ¿Puede expresarse una misma figura poética en cualquier lengua? Allá cada uno con su opinión, pero él dejó claras sus preferencias. Definió a su admirado Octavio Paz como un poeta renacentista, transnacional y heredero de una tradición milenaria. En su turno de palabra, Pere Gimferrer divagó con maestría. La emoción del acto cayó sobre sus espaldas, que Azúa palmeaba con cariño. Explicó que entre las cartas recogidas en el libro las hay que valen por un ensayo y por un poema a la vez, y que desde siempre sabía que iban a ser publicadas, pues es grandísima su altura literaria. Según Gimferrer, la voz epistolar de Paz, además de hablarnos de quién era el gran autor mexicano, nos explica qué es ser un poeta contemporáneo. Y concluyó con melancolía: "Cuando escribo ahora me falta la sensación de que en algún momento Octavio va a leerlo". Añoranza del maestro y amigo. Pere Gimferrer admitió al final del acto que le ha llegado a su vez la edad de convertirse en maestro de poetas más jóvenes. Es ley de vida. "Olvido, olvido... ser y no ser, esto y aquello, son partículas desprendidas del infinito y volverán a fundirse en el infinito", según escribió Chuang-Tzu, traducido, precisamente, por Octavio Paz.

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