"Se sufre, pero se aprende"
La cumbre del G-8, reunida en Colonia, tenía en su orden del día el estudio de la condonación de la deuda externa a los países más pobres. Curiosa paradoja inicial la de que quien representa tan sólo al 20% de la población mundial (y al 80% de la riqueza) haya de decidir sobre el destino del 80% restante (que posee tan sólo el 20% de la riqueza). Independientemente de las decisiones adoptadas, recuperar el concepto de la deuda externa tiene la virtud de resucitar un problema que dispone para muchos de referentes del pasado -de la década de los ochenta- más que de hoy mismo. Y sin embargo, de la buena resolución del mismo depende que se limiten algunas de las mermas al desarrollo que padecen África subsahariana, Centroamérica y parte de Asia, como, por ejemplo, la creación de infraestructuras o la dedicación de una buena parte del gasto público a la educación o a la sanidad. Los países sobre los que se va a estudiar la condonación (después del G-8 habrá que ir al Club de París) poseen el 11% de la deuda externa mundial.
En la cumbre del G-8 celebrada en Birmingham en abril de 1998 se produjo un cambio de tendencia, cuando el entonces ministro de Finanzas británico, Gordon Brown, propuso aumentar la reducción prevista de la deuda externa, sin ser seguido por el resto de sus colegas. Pero algo había variado: ya no se habló de riesgo moral (el peligro de que haya deudores privados o colectivos que crean que, en última instancia, siempre se hará algo para salvarlos) y no se insistió en esa frase brutal que reflejaba la filosofía imperante: los países sufren, pero aprenden.
La ONG Manos Unidas, que junto a otras como Cáritas, Confer o Justicia y Paz, han reunido 10 millones de firmas de todo el mundo pidiendo la condonación de la deuda de los países más pobres (de ellas, 600.000 españolas), han elaborado un dossier sobre las distintas propuestas sobre este asunto. Reino Unido, Alemania, Francia, Estados Unidos, Canadá, Suiza, Suecia, Bélgica, Holanda o Dinamarca han insistido en distintas iniciativas. Así, por ejemplo, el presidente Clinton anunció en la visita celebrada a principios de año al continente africano su apuesta a favor de una condonación de la deuda del África subsahariana por un valor nominal de 70.000 millones de dólares. Semanas antes había abogado por una condonación amplia y duradera para los países afectados por el huracán Mitch y respaldó la venta de parte de las reservas de oro del FMI con este objetivo.
En el dossier en cuestión se critica el papel del Gobierno español -España es acreedor de 1,7 billones de pesetas en concepto de deuda externa- por no haber pasado del escenario de las declaraciones genéricas. El Ejecutivo español ha de defender "que los 50 países más pobres y endeudados deben recibir en el año 2000 un alivio completo de sus deudas, vinculando la reinversión de los recursos liberados a inversiones en desarrollo humano (principalmente educación primaria, sanidad básica, agua potable y saneamiento). Debe limitarse el limitado y engañoso concepto de deuda elegible e introducir el de deuda total; de ese modo una reducción nominal del 80% supondrá esa misma reducción en términos reales, no como ocurre en la actualidad". Considera también que al menos un 50% de las reservas de oro del FMI (a la vista de su apreciación y el exceso de reservas que supone) deben ser utilizadas para financiar la reducción de la deuda del propio Fondo.
Manos Unidas pone en contexto la magnitud del problema: según el Banco Mundial, 1.300 millones de seres humanos viven con menos de 225 pesetas al día; los países desarrollados responden destinando como media el 0,22% de su producto interior bruto a la Ayuda Oficial al Desarrollo; en 1997 se abonaron, en concepto de deuda externa, 40 billones de pesetas a países del Norte, bancos privados, FMI y BM; y en ese mismo periodo, la Ayuda Oficial al Desarrollo total ascendió a cerca de 7,5 billones de pesetas, menos de una quinta parte del dinero devuelto por los países deudores.
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