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El terremoto de México deja 24 muertos y daña el centro histórico de Puebla

Juan Jesús Aznárez

Los mexicanos más aterrados por el terremoto que la tarde del martes alcanzó 6,7 grados en la escala Richter, mató al menos a 24 personas y destruyó un 40% de los edificios del centro histórico de Puebla, se hincaban de rodillas en las calles, rezando, encomendándose a Dios, pues ya se veían tragados por la tierra. Las sacudidas registradas en Ciudad de México, Guerrero, Chiapas, Oaxaca o Jalisco fueron tan fuertes que todos evocaron la catástrofe de 1985.

"Dada la intensidad de este seísmo, creo que no nos fue tan mal", dijo el presidente, Ernesto Zedillo, al término de un recorrido por Puebla, fundada en 1524 por franciscanos y jesuitas españoles y declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco. El movimiento telúrico, originado a 90 kilómetros de profundidad, con un epicentro distante 200 kilómetros al sur de la capital, en el Estado de Oaxaca, causó daños cuantiosos en la zona central de México, fracturas de cráneo, ataques cardiacos y cientos de crisis nerviosas. Derribó tendidos eléctricos, interrumpió las comunicaciones telefónicas y la energía eléctrica, y el tráfico quedó desquiciado. Con el corazón al galope, a gritos muchos, cientos de miles de mexicanos abandonaron domicilios, hoteles, bancos, oficinas o cocinas, y los más angustiados pernoctaron al raso. Las consecuencias del fenómeno, sin embargo, no revistieron la gravedad que cabía esperarse de unos temblores tan bruscos como los registrados por el Servicio Sismológico Nacional: entre los 45 segundos y casi dos minutos de golpetazos y corrimientos, según las áreas. El terremoto de 1985 alcanzó los 8,1 grados en la escala Richter.

Edificios caídos

El Ejército y grupos civiles de salvamento trabajaban ayer en la inspección de los edificios derribados, y abrían una brecha de entrada a la mina de San Antonio Atexcac, cegada por el derrumbe con 35 trabajadores dentro. El deslave de un cerro, por otra parte, enlodó sus faldas con una avalancha de piedras y restos vegetales que atraparon en su curso a un número indeterminado de vecinos. Puebla registró 120 edificios resquebrajados o caídos, 70 viviendas de adobe desplomadas, cerca de mil damnificados y pérdidas materiales muy elevadas. El Palacio Municipal de Puebla, una majestuosa edificación del siglo XVII, sufrió destrozos severos, y cerca de 20 iglesias y templos, coloniales la mayoría, perdieron la cúpula, techos, paredes o la consistencia de andamios y muros. A Rafaela Justo, vecina de la población más atacada por la falla subterránea, le cayó encima la cruz de la iglesia de Santo Domingo. Tuvo suerte, ya que sólo le hirió en una mano. "Me van tener que operar de dos dedos". "El terremoto jalaba [arrastraba] a la gente hacia un lado y otro. La gente cayó arrodillada rezando. Yo estaba en mi carro [coche] y brincaba sin poder avanzar", recuerda el vecino Mario Zabalete. La sucesión de cortocircuitos, la caída de postes de la luz, el estruendo, llevaron al pánico, y a los amagos de infarto cuando el campanario de San Agustín se vino abajo.

Los principales efectos del terremoto en Ciudad de México, habitada por 20 millones de personas, fueron fundamentalmente de carácter psicológico. Los cortes telefónicos, y de la energía eléctrica, fueron parciales, mucho más leves que los de Puebla, que suspendió el 90% del suministro de energía en la capital y el 50% en todo el Estado.

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