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Gentileschi, entre olvidos y discusiones

JOSÉ LUIS MERINO Para uno de los más acreditados autores de la historia de arte, como es Ernst H. Grombrich, el nombre del pintor italiano Orazio Gentileschi no aparece entre los artistas dignos de tenerse en cuenta. Grombich marca una línea muy rigurosa en torno a los auténticos creadores. Contrariamente a Gombrich, otros historiadores dedican espacio y tiempo a la obra del italiano y a la de su hija Artemisa Gentileschi, que fue la primera mujer artista destacada de la historia del arte. Este pequeño exordio viene a cuento de la exposición en el Museo de Bellas Artes de Bilbao de diez óleos del pintor Orazio Gentileschi (1563-1639), bajo el título Orazio Gentileschi en la corte de Carlos I. Dejando a un lado el rigor de Grombich, el acontecimiento visual resulta apasionante por muchas razones. Por una parte estamos en una sala donde se muestran dos obras con el mismo tema, Moisés salvado de las aguas, pintadas durante su estancia inglesa -Gentileschi se trasladó a Londres en 1626 y murió en esa ciudad 13 años después-; en 1630, la primera y tres años después la segunda. Esta segunda obra se ofrece más deslumbrante y plena de sabiduría, con el añadido de mostrar un dominio técnico insuperable. Sin embargo, en la otra obra hay más pasión y atrevimiento, además de una mayor carga expresiva. En la fechada más tarde existe una intención sumisa hacia los gustos cortesanos ingleses, en tanto en la fechada primero se atiene al acontecimiento bíblico. En esta obra interviene la idea de movimiento; en la otra obra hasta el paisaje es inglés. Otro punto diferenciador consiste en los dedos de los mismos personajes. En tanto en la obra fechada con anterioridad los dedos de los dos personajes señalan a Moisés, sin tocarlo, en la otra pintura esos mismos dedos tocan al niño y al canasto de manera taxativa y denotativa. Y ya se sabe que en arte lo que connota siempre es más sugerente que lo estrictamente denotador. Chocante y muy sugestiva es la composición de Descanso en la huida a Egipto, con esa cabeza de asno como protagonista. El brazo de la Virgen se extiende vertical, deja ver su mano, que el tiempo y el trabajo han ajado, apoyándose en el suelo y todo el cuerpo descansa sobre ese brazo. Es todo un portento esa escueta y contundente estabilidad. La obra de Gentileschi Lot y sus hijas, que hemos visto durante años en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, por estar entre nosotros desde su adquisición en 1924, cobra en esta exposición una relevancia notable. Con Sodoma al fondo, las hijas de Lot emborrachan a su padre para seducirlo. Gentileschi presenta la escena con delicada sutileza. Siempre afable con los temas bíblicos, aunque sintiéndose pintor en todo momento. Los tres colores primarios, rojo, amarillo y azul, como potencia fundamental. Si en el aspecto técnico, en esta obra Gentileschi se yergue espléndido, no podemos decir lo mismo de otra obra con el mismo tema, Lot y sus hijas, procedente de la colección Thyssen-Bornemisza. No parece que ésta saliera de sus manos. El proceso de veladuras, tan rico en la obra del museo bilbaíno, es bastante paupérrimo en la del Thysen-Bornemisza. En el resto de obras se columbran otras sugerencias que pueden disponernos para la discusión creativa. Por ejemplo, en la obra José y la mujer de Putifar la mano derecha de José es un fallo del artista, puesto que deja sin resolver una solución anatómica. En la obra David matando a Goliat, aún siendo admirable la composición y atrevida la presentación, parecen un tanto blandas las piernas del gigante además de no demasiado creíble que el joven David pueda blandir el espadón con una sola mano. La exposición lleva implícita una enorme carga de admirabilitas, con algún contrapunto discutidor.

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