Innovando desde la tradición
Como era de esperar, resultó apasionante y clarificadora la mesa redonda sobre Rioja Alavesa entre la tradición y la innovación que se desarrolló dentro de las Primera Semana Temática del Vino organizada la semana pasada por el establecimiento bilbaíno El Rincón del Sumiller. Los ponentes defendieron con valentía, sentido común y conocimiento de causa los nuevos conceptos de innovación en sus distintos aspectos -desde la cepa a la copa- de los vinos de su tierra. El primero fue uno de los enólogos más en boga de la zona, Gonzalo Rodríguez, de La Unión de Cosecheros de Labastida, autor de dos deliciosos caldos, Solaguen y Montebuena; unos vinos que, por otra parte, constituyen un ejercicio de exquisito equilibrio entre calidad y precio. También estuvo la serenidad sabia de Juan Pablo Simón, que ha sabido transportar una casa de renombre y centenaria -la pequeña empresa familiar Viñedos y bodegas De la Marquesa, de Villabuena- al próximo milenio con sus prestigiosos Valserrano. Insurgente, atrevido e inimitable intervino Fernando Remírez de Ganuza, que en sus viñedos y moderna bodega de Samaniego (data de 1989) ha llevado su obsesión por la selección de la uva a una innovación revolucionaria de la que está expectante todo el mundo de la enología moderna: elegir de forma manual no sólo cada racimo de uva de viñedos viejísimos -muchos más de sesenta años- sino incluso, rizando el rizo, separando los hombros y las puntas de cada racimo. Y, finalmente, Florentino Martín, Hombre del vino de año, aportó la espontaneidad, el apego a su tierra y la agudeza. La misma que puso en práctica para asombrarnos desde la cosecha del 95 con su explosivo vino joven de maceración carbónica Luberri, y que ha repetido con un crianza, Altún (en el que interviene una sabia pincelada de Cabernet Sauvignon, o "el francés" como llaman los cosecheros riojanos a esta cepa bordelesa), que le hace estar por méritos propios entre los vinos de nuevo cuño, todo un prodigio de calidad respaldado además por el éxito popular. Lo cierto es que, como subrayaron los ponentes, la Rioja Alavesa ha estado siempre en cabeza de la innovación de la zona. Las razones son múltiples: desde el tipo de suelo, que impone la calidad, al clima, los sistemas productivos basados en el viñedo propio -es decir, el cosechero-bodeguero o elaborador, que a la postre será el germen de los actuales vinos de viñedo, de finca o pago, con la bodega rodeada del viñedo; lo que expresivamente llaman los franceses chateau-, y, por supuesto, la actitud de sus hombres. Es cierto que hasta no hace mucho se conocía más a la Rioja Alavesa por sus vinos de cosechero, de año, que por sus grandes crianzas. Pero no es menos cierto que, ya en 1795, Manuel Quintano hizo en Labastida el primer intento de vinicultura moderna según el modelo bordelés; y que casi un siglo después, en 1860, fué el marqués de Riscal el que creó en Elciego la primera bodega elaboradora de vinos Rioja de calidad. Los archivos de esta mítica casa demuestran que su decisión no fué fruto de la casualidad ni de la aventura, sino de pasos medidos científicamente. La nueva revolución que está en marcha desde hace ya hace unos cuantos años en esta zona contribuye a que la calidad y la distinción sean su marca. Y no ha sido un camino de rosas. El propio portavoz del consejo regulador de la DOC Rioja señalaba recientemente sobre el prestigio de Rioja Alavesa: "Con la locomotora de los vinos llamados "de alta expresión" tirando de la imagen, y tres cosechas excepcionales (94, 95 y 96) dando el do de pecho en vinos de Crianza y Reserva, Rioja vive uno de esos momentos dulces en que la demanda supera su capacidad de oferta, a pesar del posicionamiento en precios, seguramente más acordes ahora con las exigencias de un producto de calidad y prestigio del vino de Rioja". De todo esto tienen la culpa muchos de los bodegueros alaveses que comprendieron que los nuevos tiempos demandaban vinos modernos, con una crianza moderada en barrica, sin predominio de la madera, más estructurados y tánicos, con más color que los maderizados, pálidos y estandalizados riojas clásicos. Para ello, una de sus primeras medidas fue algo tan simple (sin acudir al recurso fácil de otras zonas de utilizar de forma generalizada variedades foráneas) como separar, para la vinificación de los tintos, las uvas blancas (viura) de las tintas, principalmente el tempranillo. Se aprovecha así, en largas maceraciones, todas las posibilidades de color de estas últimas y se consiguen vinos de alta capa. Por otra parte, el remate de la calidad en estos vinos de vanguardia -de alta expresión, de autor, o como se les quiera llamar- se consigue en gran medida con la mejor materia prima, que no es otra que la procedente de viñas viejas (de bajo rendimiento), con el concepto de finca y bodega junto a los viñedos y la apuesta por crianzas cortas en las que priman más la frutosidad y juventud. Estos caldos especiales, aun coexistiendo con los típicos riojas "finos y fáciles de beber", son los que apuntan al futuro inmediato, cuyo eslogan bien pudiera ser: beber menos pero mejor. Lo del precio y su comercialización es ya harina de otro costal y exige un tratamiento serio y específico. En todo caso, habrá que seguir los consejos de un químico y político francés del siglo XIX, Raspail, de ideas avanzadas y utópicas: "Por muy pobres que seáis", decía, "haced algunas economías para proveeros del vino que merezca ese nombre".
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